pINTURAFrançois Joly
La
Torre de Londres
Camino hacia mi amante
me mira
desvío la impiedad
sigo
quisiera
que la memoria fuera
un laberinto
la última vez
aquel día en el altar y él
¿dónde?
El barrio chino
París, Londres
y un loco del amor hablando
dice:
¿El olvido existe?
Byron y Shakespeare lo miran
Mi amante allí
sigo
Mi ropa quedó en una maleta
el olvido
ese último rostro
aquella piel oscura
la última, la penúltima
inocencia.
Camino hacia mi amante
nos abrazamos
y el loco riéndose me dice:
«no hay nadie. Son tus brazos
y el aire»
Camino hacia mi amante
me mira
desvío la impiedad
sigo
quisiera
que la memoria fuera
un laberinto
la última vez
aquel día en el altar y él
¿dónde?
El barrio chino
París, Londres
y un loco del amor hablando
dice:
¿El olvido existe?
Byron y Shakespeare lo miran
Mi amante allí
sigo
Mi ropa quedó en una maleta
el olvido
ese último rostro
aquella piel oscura
la última, la penúltima
inocencia.
Camino hacia mi amante
nos abrazamos
y el loco riéndose me dice:
«no hay nadie. Son tus brazos
y el aire»
X
Una
mujer llora en la cocina. Detrás
del olor a locro.
Macera la carne con limón
y con su inefable tristeza.
Las lágrimas caen en la espuma de leche
que se derrama hasta la indolencia.
El aire se vuelve tan oleoso que debería irse
y apagar el día.
En la cocina una mujer se parte viva,
se corta los dedos, desangra.
El dedo va a la boca.
El dolor está detrás
del hilo dormido que se secó en el vientre,
detrás de aquel humo que se llevó el después.
Detrás, siempre y detrás de todo.
Cuando los olores se mezclan
ella destapa las cacerolas.
Es la única que se queda enjuagando el día
hasta que vuelva a ser.
Una mujer en la cocina.
XXXV
Dicen que estuve viva
y escribía en los pastizales con tizas de nácar.
Dicen que fui una viuda
y llevaba canciones quechuas al cementerio.
Que no lloraba, dicen.
Sólo cantaba
inmóvil
con mi lengua mestiza
Macera la carne con limón
y con su inefable tristeza.
Las lágrimas caen en la espuma de leche
que se derrama hasta la indolencia.
El aire se vuelve tan oleoso que debería irse
y apagar el día.
En la cocina una mujer se parte viva,
se corta los dedos, desangra.
El dedo va a la boca.
El dolor está detrás
del hilo dormido que se secó en el vientre,
detrás de aquel humo que se llevó el después.
Detrás, siempre y detrás de todo.
Cuando los olores se mezclan
ella destapa las cacerolas.
Es la única que se queda enjuagando el día
hasta que vuelva a ser.
Una mujer en la cocina.
XXXV
Dicen que estuve viva
y escribía en los pastizales con tizas de nácar.
Dicen que fui una viuda
y llevaba canciones quechuas al cementerio.
Que no lloraba, dicen.
Sólo cantaba
inmóvil
con mi lengua mestiza
muy atendible poesía con metáforas fuera de contexto y eficaces. Recomiendo poner direcciones de blogs o páginas donde seguir consultando las obras de lxs poetas aquí publicados
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