Pintura Claudia Piquet
Una
butaca en el teatro
Mientras
esperaba que comenzara la obra “El
gran
deschave”,
vi que adelante mío se sentaron dos jóvenes, Juan y Carlos –así
se llamaban-, que en vos baja comenzaron a dialogar, por momentos
casi discutiendo. Entonces agudicé mi oído para poder escuchar
mejor y entender cual era el conflicto.
Carlos le
decía a Juan, “no
te echés atrás, están todas las cartas jugadas, puede ser el robo
perfecto, yo conozco muy bien el Museo de Bellas Artes, averigüé
todo, fue un trabajo de meses, la entrada, los horarios de visitas,
las ubicaciones de las alarmas, las cámaras de seguridad, el cambio
de guardias y el valor de los cuadros.
Es fácil -continuaba
diciendo- entramos por la puerta principal, junto a un grupo de
turistas que hacen las visitas guiadas, con doble ropaje, lo tengo
todo planeado, no se me escapó ningún detalle, los revisé
minuciosamente uno por uno”.
Juan
insistía: “No
sé Carlos, si vale la pena
arriesgarse
tanto, sólo por un cuadro”.
La pintura
a la que hacían mención era de Rembrandt y se llamaba “Viejo
judío”.
Mientras ellos conversaban acaloradamente yo recordaba haber visto
en el Louvre otras obras de gran valía de este célebre pintor: “El
desnudo de Betsabé”, “La ronda de noche” y “El buey
desollado”.
Mientras
tanto Juan seguía dudando: “tendríamos
que planearlo nuevamente, creo que este robo es muy riesgoso”.
Pero
Carlos, obstinado con su propósito le contestó: “no
me daré por vencido, ese cuadro significa mucho para mí, quizás
sea puro sentimentalismo pues el “Viejo Judío” es un retrato
que el gran Rembrandt, hizo en 1642 a un antepasado de mi árbol
genealógico, recuerdo el orgullo de mis ancestros cuando hacían
mención a este hecho”.
Juan le
espetó: “no
es bueno el sentimentalismo, ni mezclar el romanticismo con tu
historia, esto es una verdadera locura, entraña mucho peligro”.
Estaba
atenta escuchando cuando de repente, Carlos se da vuelta e
inesperadamente me pregunta: “Dígame
vieja ¿usted que cree que debemos hacer?”.
Pensando en voz alta
Me había propuesto cumplir con las indicaciones del médico: “Antonella, debe caminar, caminar, caminar…”
Salí del departamento y
enfilé a la calle, allí en la vereda, al dar algunos pasos, me dí
cuenta que había empezado a hablar sola. Mi intención era ir al
Parque Centenario, que dista varias cuadras de mi casa. Realmente
resultó toda una epopeya llegar a destino. Iba puteando en alta
voz a medida que sorteaba obstáculos, veredas rotas, baldosas que
sobresalían, pozos sin cerrar, montañas de tierra, y así
caminaba, rezongando con furia todo el tiempo.
Los que
pasaban a mi lado, decían: esa “octogenaria
está
de berrinche”,
no me importaba nada que a esta altura del partido creyeran cualquier
cosa.
Cada cuadra
se convirtió en una hazaña, parecía turismo aventura, el ritmo
cardíaco comenzaba a acelerarse a medida que iba mandando a todos a
la mierda, pero debía-para seguir las indicaciones del médico-
caminar,
caminar, caminar.
Mientras pensaba que en poco
tiempo vencía el impuesto municipal ABL -y encima los políticos
tenían como proyecto aumentarlo-, mi bronca se exacerbaba a pasos
agigantados.
De joven mi
silueta era erguida y elegante, según mis amigas tenía gracia y
salero. Ahora,
de
tanto mirar al suelo, cuando paso por alguna vidriera, al verme de
reojo me asusto y me digo a mi misma: “uy,
el Jorobado de Notre Dame”.
Finalmente
llegué al parque protestando, nuevamente descubrí que lo hacía en
voz alta y pensé qué bueno era despotricar a gusto, el stress y las
tensiones se aflojan y la consigna de caminar,
caminar,
caminar,
a pesar de los muchos contratiempos sufridos, al final pudo ser
cumplida.
Luego crucé
enfrente de la plaza y al divisar el bar de mis preferencias me
dije: “¿por
qué-a pesar de la crisis- no gratificarme con un rico té con leche
y tres medialunas de manteca?”.
Gracias por tanta dedicación. Nos encantó a ambas.
ResponderEliminarAntonella y Nora
Gracias por tanta dedicación. Nos encantó a ambas.
ResponderEliminarAntonella y Nora