Ilustración de Graszka PaulskaWarsaw
ARAÑAS VERDES
La
Muerte siempre
estuvo ahí.
Siempre.
Fue
una vecina más cuchicheando en las esquinas del barrio
cuando
el pibe de los ojos increíbles se ahogó en la tosquera
(el
pibe tenía catorce años y vos apenas siete,
pero
te gustaban esos ojos calientes como arañas verdes).
Él
no te había mirado nunca
(cómo
te iba a mirar,
tan
chiquita,
con
esas patitas flacas y el pelo demasiado corto,
y
el álbum de figuritas con brillantina al que le faltaba la más
difícil
siempre
debajo del brazo),
pero
pasaron cuarenta años
y
cada vez que un pibe se va así,
engullido
por ese sacrificio urbano
que
convenimos en llamar accidente,
soñás
con arañas verdes.
Arañas
que trepan por tu cuerpo nuevamente niño,
se
enredan en tu pelito corto
y
hacen agua en tu mirada para llover su dolor toda la noche.
Para
llover toda la noche los recuerdos
que
no serán nunca
y
la impotencia de saber que Ella siempre
estuvo ahí,
que
siempre va a estar ahí,
cuchicheando
con las vecinas,
mientras
alguna madre descuelga de su útero
una
guirnalda de mariposas rotas.
NOVIOS DE ANTAÑO
La tarde se iba
y les dejaba puesta la sed.
El sol era una pequeña lentejuela roja
irritando el iris del deseo.
Ellos se tocaban sin tocarse.
Como quien toca un pedazo de mar
(mar ajeno,
mar que vuelve con su olor a no sé qué,
a algas, a sexo viejo,
a pulmones de sal).
La humedad
le medía el espinazo a las caricias.
Los dedos se encogían
como arañas en cierne.
Casi siempre hacía demasiado frío
y ellos no se atrevían a mojarse los
pies
en eso que era el otro:
un pedazo de mar.
Algo así como una promesa de agua
que no se cumplió nunca.
Gracias!!!!!
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