Dibujo de Samuel Lopez
DONDE
NACE EL TIEMPO
—José B.
Adolph («Quisiera
haber cantado»).
La calma, la asiduidad y el
canto son temas que me atenazan.
He nacido hace dos mil años y
moriré en tres mil.
Luego renaceré en diez mil
para volver a morir dentro de cien mil.
Por eso el nacimiento es para mí un absurdo y la muerte, un
imposible. A la existencia la valoro pues al venir al mundo lustro a
lustro, siglo a siglo, mi cuerpo se convierte en receptáculo de
placeres que soy incapaz de describir. Estas glorias provienen de
hombres, de mujeres, de niños, de animales, de plantas, de todo lo
que es orgánico y consciente dentro de su propio universo.
Por eso a
mí me dicen La
llama que no arde,
La
nada,
La
confusión.
Esto es algo que no tenía planeado y que solo el tiempo explicará.
El tiempo, ¿qué es el tiempo? Un cúmulo de hermosas sensaciones
diamantinas que jamás podrán atraparse.
Ni siquiera en el artificio insigne de la soledad.
Hubo un jardín que tenía
flores... pasé muchos siglos arrancándolas todas y conseguí sacar
la última durante un espasmo floreciente. Recibí en mi epidermis
laceraciones de todo tipo, que no dolían, o mejor dicho, en su dolor
me regocijaban; también pude obtener preciados dones de artistas
muertos que escribieron palabras al viento, frases hermosas y
cánticos sin igual, los cuales nadie escuchará ya que nunca los
apuntaron, únicamente los mencionaron en sus pensamientos, una y
otra vez. Yo puedo oír las meditaciones y las palabras provenientes
de ellos, aunque solo las ya fallecidas hace pocos siglos, es todo.
Siempre en el aire quedan navegando a la deriva, igual que amores
nunca dichos u odios no mencionados, yo los atrapo con mi lengua de
sapo y me alimento de sus residuos.
Así nazco, poco a poco voy
dándome forma, es una manera de decirlo, de explicar cómo va
formándose un poema, un escrito que contiene los fragmentos de un
sueño.
Soy el yo, soy el tú, soy el
él, ella, ellos, nosotros, todos, ustedes, me veo, me ves, te veo,
veo, sí veo, me veo a mí mismo, viéndome, debo verme porque no hay
algo más, solamente soledad, mas no la siento, estoy acompañado de
la nada, esta es mi amiga, luego quedo sin su amistad, cuando el todo
llena el vacío y surgen bellezas impresionantes a mi alrededor,
mujeres, sé que lo son, después se difuminan pues son muy pocas,
todas las del planeta no serían suficientes para poder satisfacerme,
nada podría saciarme, ni todas las aguas de los océanos, ni la
carne de todos los animales comestibles del mundo, ni el amor de
todos los seres vivos sobre la Tierra, no hay placer eterno, en
cambio sí sufrimiento.
Pero eso no me impide gozar de
todas las féminas que puedo, ¿cómo saber si son hermosas? No las
veo, sus rostros están hechos de sombras y mi imaginación les da
vida, dentro de mi criterio: son todas las mujeres, todas las del
firmamento, y en tanto tengan sensualidad, todas serán bellas.
¿Habrá algo más allá?
Estoy en el más acá, donde veo calles que se desdoblan y se
multiplican, el mundo se agranda para poder brindar espacio a los
seres que la gobiernan, hasta que ya no se puede ensanchar más este
planeta, tal hecho provoca que se eliminen unos a otros, es triste,
penoso, no obstante, ¿quién les mandó a dividirse tanto? Salen
disparados a montones de este mundo, como estrellas vespertinas a las
que intento alcanzar para poder contemplar de cerca.
Son luces como rayos de sol,
siempre brillan y sé que duermo sobre ellas. Me siento dichoso como
un niño, soy un pequeño, un infante, un feto, un embrión, aún no
he nacido, es tan absurdo nacer, más sentido tiene morir, es más
lógico, más pacífico. Sin embargo, no puedo morir, no he podido,
no podré, eterno desajuste, ¿cómo lograrlo? ¿Cómo podría? ¿Cómo
lo conseguiré ¿Cómo he gobernado este universo si todos me dejan
de lado, si todos me destinan a ser un olvidado ente? Nadie me rinde
tributo, nadie entiende que quiero impartir orden.
Nadie cultiva las flores de
mis deseos y mis arboles de pureza se desmoronan entre los bosques de
mis frustraciones, malos, buenos, extraños, impetuosos,
indiferentes; he de viajar ahora mismo, el planeta es un globo, el
planeta es un barco, el cual vislumbro desde arriba y que veces
capitaneo, continuamente me lanzo al mar, destruyo a los tiburones
ciclópeos y a los babosos monstruos marinos, para luego convertirme
en tritón y así recorrer los siete mares hasta el fondo, muy al
fondo, y al abrir bien los ojos salinos me doy cuenta de que estoy en
el espacio exterior muy, muy arriba y que el mundo es igual, tanto
allí como abajo, y que existe una gran bola de fuego en el centro.
Yo podría ser esa gran bola
de fuego, podría muy pronto estallar, sin crueldad, con justicia. Ya
he explotado antes en otros mundos. Esta vez, aunque no quiera, me
subdividiré en ectoplasmas nebulosos y arrítmicos, con los cuales
los demás hombres serán incapaces de soñar.
Quizá un dios sueñe con
esto, pero yo soy un hombre, soy menos que un dios, soy más que un
animal, un vegetal inteligente, me puedo quemar y gritar, hago ruido,
mas no puedo, no quiero, ni siquiera intento despertar.
No debo despertar, a pesar de
todo comprendo la manera de regresar, desde siempre, como siempre,
para siempre tendré poesía, siempre tendré visiones e historias
que contar, nunca escribir, nada más redactar en mi mente y expandir
para que otros como yo las atrapen y las disfruten en su alma, o sean
el alma en sí mismas porque yo en mí mismo soy muchas almas y no
seré más que un espíritu colectivo, es lo que más deseo. Deseos
sí, consciencia, lo he descubierto, no hubiese querido hacerlo tan
rápido, deseo de un día, de la noche, del ayer, hoy y mañana. Mil
años antes, cien mil después, un millón de años a mi costado, una
ruta que sí tomaré, aunque no despertar, no, no abrir los ojos,
abrir la mente, extender los párpados, eso jamás de los jamases.
Un animal no, soy hombre, soy
hombre y rey, quisiera mover la mano, el lápiz, ojos cerrados, noche
entregada, cerebro programado, sombras, ruidos nocturnos. Un zancudo.
La soledad es para mí un
bálsamo y lo que soy es para mí aquello que no veo, o lo que
intento retratar con los pinceles de mi imaginación.
Y la clave de todo es el tiempo. Esto es la existencia.
Mira, miro, miran, eso, ese,
ser eso, ser yo, ser tú, ser todos, o ninguno, o algo
abstracto-concreto, pesado-liviano, oscuro-claro, hombre-no hombre,
no realidad, ensueño.
Un punto imperceptible visto
por otro como yo desde muy arriba, o desde lo más profundo.
Quizá no regrese, no importa,
pero volverá a suceder, distinto, similar, depende del deseo, de lo
que más anhelo y nada más.
¿Qué es? ¿Qué fue? Nunca
sabré, nadie nunca supo, nadie jamás sabrá, pero ahí está y por
siempre residirá en mis entrañas. ¿Qué hubo en él? ¿Qué hay en
él? ¿Qué hay en mí?
No hay sudor frío, sí
congelado, mis ojos están abiertos, sombras cariñosas me cubren con
engaño, deliciosamente me entrego... a la búsqueda de un tema
nuevo.
Hubo un lápiz, un papel, una
mano y un laberinto confuso desde hace mil años. Muy hermoso,
inexplicablemente humano.
Mi arremolinado cuerpo se
extiende suavemente ante el vívido roce de rayos amarillos.
Sí, lo sé, es hora de…
Este mi
informe final, doctores. Mi exploración ha durado menos de un día,
el tiempo que estuve dormido; no obstante, aún siento como si
hubiese permanecido allí durante años. Una vez más la conclusión
es la misma: el mundo de los sueños y el reino de la muerte son un
solo universo. Quisiera volver pronto, si ustedes me lo permiten; es
un sitio maravilloso.
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