martes, 25 de agosto de 2015

Carlos E.Saldivar

                                            Dibujo de Samuel Lopez
                                                                                                                                                                                                                              
DONDE NACE EL TIEMPO


«Cuántos años en ese día eones en esa tarde minutos en ese siglo. Tiempo, tiempo: queríamos tiempo y no sabíamos dónde nace el tiempo, cómo concebirlo, parirlo, amamantarlo para que el tiempo fuera nuestro hijo.»


José B. Adolph («Quisiera haber cantado»).


La calma, la asiduidad y el canto son temas que me atenazan.
He nacido hace dos mil años y moriré en tres mil.
Luego renaceré en diez mil para volver a morir dentro de cien mil.
Por eso el nacimiento es para mí un absurdo y la muerte, un imposible. A la existencia la valoro pues al venir al mundo lustro a lustro, siglo a siglo, mi cuerpo se convierte en receptáculo de placeres que soy incapaz de describir. Estas glorias provienen de hombres, de mujeres, de niños, de animales, de plantas, de todo lo que es orgánico y consciente dentro de su propio universo.
Por eso a mí me dicen La llama que no arde, La nada, La confusión.
Esto es algo que no tenía planeado y que solo el tiempo explicará. El tiempo, ¿qué es el tiempo? Un cúmulo de hermosas sensaciones diamantinas que jamás podrán atraparse. Ni siquiera en el artificio insigne de la soledad.
Hubo un jardín que tenía flores... pasé muchos siglos arrancándolas todas y conseguí sacar la última durante un espasmo floreciente. Recibí en mi epidermis laceraciones de todo tipo, que no dolían, o mejor dicho, en su dolor me regocijaban; también pude obtener preciados dones de artistas muertos que escribieron palabras al viento, frases hermosas y cánticos sin igual, los cuales nadie escuchará ya que nunca los apuntaron, únicamente los mencionaron en sus pensamientos, una y otra vez. Yo puedo oír las meditaciones y las palabras provenientes de ellos, aunque solo las ya fallecidas hace pocos siglos, es todo. Siempre en el aire quedan navegando a la deriva, igual que amores nunca dichos u odios no mencionados, yo los atrapo con mi lengua de sapo y me alimento de sus residuos.
Así nazco, poco a poco voy dándome forma, es una manera de decirlo, de explicar cómo va formándose un poema, un escrito que contiene los fragmentos de un sueño.
Soy el yo, soy el tú, soy el él, ella, ellos, nosotros, todos, ustedes, me veo, me ves, te veo, veo, sí veo, me veo a mí mismo, viéndome, debo verme porque no hay algo más, solamente soledad, mas no la siento, estoy acompañado de la nada, esta es mi amiga, luego quedo sin su amistad, cuando el todo llena el vacío y surgen bellezas impresionantes a mi alrededor, mujeres, sé que lo son, después se difuminan pues son muy pocas, todas las del planeta no serían suficientes para poder satisfacerme, nada podría saciarme, ni todas las aguas de los océanos, ni la carne de todos los animales comestibles del mundo, ni el amor de todos los seres vivos sobre la Tierra, no hay placer eterno, en cambio sí sufrimiento.
Pero eso no me impide gozar de todas las féminas que puedo, ¿cómo saber si son hermosas? No las veo, sus rostros están hechos de sombras y mi imaginación les da vida, dentro de mi criterio: son todas las mujeres, todas las del firmamento, y en tanto tengan sensualidad, todas serán bellas.
¿Habrá algo más allá? Estoy en el más acá, donde veo calles que se desdoblan y se multiplican, el mundo se agranda para poder brindar espacio a los seres que la gobiernan, hasta que ya no se puede ensanchar más este planeta, tal hecho provoca que se eliminen unos a otros, es triste, penoso, no obstante, ¿quién les mandó a dividirse tanto? Salen disparados a montones de este mundo, como estrellas vespertinas a las que intento alcanzar para poder contemplar de cerca.
Son luces como rayos de sol, siempre brillan y sé que duermo sobre ellas. Me siento dichoso como un niño, soy un pequeño, un infante, un feto, un embrión, aún no he nacido, es tan absurdo nacer, más sentido tiene morir, es más lógico, más pacífico. Sin embargo, no puedo morir, no he podido, no podré, eterno desajuste, ¿cómo lograrlo? ¿Cómo podría? ¿Cómo lo conseguiré ¿Cómo he gobernado este universo si todos me dejan de lado, si todos me destinan a ser un olvidado ente? Nadie me rinde tributo, nadie entiende que quiero impartir orden.
Nadie cultiva las flores de mis deseos y mis arboles de pureza se desmoronan entre los bosques de mis frustraciones, malos, buenos, extraños, impetuosos, indiferentes; he de viajar ahora mismo, el planeta es un globo, el planeta es un barco, el cual vislumbro desde arriba y que veces capitaneo, continuamente me lanzo al mar, destruyo a los tiburones ciclópeos y a los babosos monstruos marinos, para luego convertirme en tritón y así recorrer los siete mares hasta el fondo, muy al fondo, y al abrir bien los ojos salinos me doy cuenta de que estoy en el espacio exterior muy, muy arriba y que el mundo es igual, tanto allí como abajo, y que existe una gran bola de fuego en el centro.
Yo podría ser esa gran bola de fuego, podría muy pronto estallar, sin crueldad, con justicia. Ya he explotado antes en otros mundos. Esta vez, aunque no quiera, me subdividiré en ectoplasmas nebulosos y arrítmicos, con los cuales los demás hombres serán incapaces de soñar.
Quizá un dios sueñe con esto, pero yo soy un hombre, soy menos que un dios, soy más que un animal, un vegetal inteligente, me puedo quemar y gritar, hago ruido, mas no puedo, no quiero, ni siquiera intento despertar.
No debo despertar, a pesar de todo comprendo la manera de regresar, desde siempre, como siempre, para siempre tendré poesía, siempre tendré visiones e historias que contar, nunca escribir, nada más redactar en mi mente y expandir para que otros como yo las atrapen y las disfruten en su alma, o sean el alma en sí mismas porque yo en mí mismo soy muchas almas y no seré más que un espíritu colectivo, es lo que más deseo. Deseos sí, consciencia, lo he descubierto, no hubiese querido hacerlo tan rápido, deseo de un día, de la noche, del ayer, hoy y mañana. Mil años antes, cien mil después, un millón de años a mi costado, una ruta que sí tomaré, aunque no despertar, no, no abrir los ojos, abrir la mente, extender los párpados, eso jamás de los jamases.
Un animal no, soy hombre, soy hombre y rey, quisiera mover la mano, el lápiz, ojos cerrados, noche entregada, cerebro programado, sombras, ruidos nocturnos. Un zancudo.
La soledad es para mí un bálsamo y lo que soy es para mí aquello que no veo, o lo que intento retratar con los pinceles de mi imaginación.
Y la clave de todo es el tiempo. Esto es la existencia.
Mira, miro, miran, eso, ese, ser eso, ser yo, ser tú, ser todos, o ninguno, o algo abstracto-concreto, pesado-liviano, oscuro-claro, hombre-no hombre, no realidad, ensueño.
Un punto imperceptible visto por otro como yo desde muy arriba, o desde lo más profundo.
Quizá no regrese, no importa, pero volverá a suceder, distinto, similar, depende del deseo, de lo que más anhelo y nada más.
¿Qué es? ¿Qué fue? Nunca sabré, nadie nunca supo, nadie jamás sabrá, pero ahí está y por siempre residirá en mis entrañas. ¿Qué hubo en él? ¿Qué hay en él? ¿Qué hay en mí?
No hay sudor frío, sí congelado, mis ojos están abiertos, sombras cariñosas me cubren con engaño, deliciosamente me entrego... a la búsqueda de un tema nuevo.
Hubo un lápiz, un papel, una mano y un laberinto confuso desde hace mil años. Muy hermoso, inexplicablemente humano.
Mi arremolinado cuerpo se extiende suavemente ante el vívido roce de rayos amarillos.


Sí, lo sé, es hora de…


Este mi informe final, doctores. Mi exploración ha durado menos de un día, el tiempo que estuve dormido; no obstante, aún siento como si hubiese permanecido allí durante años. Una vez más la conclusión es la misma: el mundo de los sueños y el reino de la muerte son un solo universo. Quisiera volver pronto, si ustedes me lo permiten; es un sitio maravilloso.

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