Patricia Fagan
Sueño que voy al Norte.
¿Hacia dónde mirar si ya se está en el Norte?
Se movieron las grandes aspas de la
conciencia. Giraron con el viento. No luché contra
ellas.
Un viaje a la espera del fruto tardío.
Al lugar más pesado, al más antiguo.
Para dejarlo todo, mientras los grandes
monumentos desfilan bajo el crepúsculo.
Para ver el camino y sus cáscaras, sus
palabras fijas.
Baja la raíz, pero no se detiene cuando se
encuentra con la piedra.
Así lo familiar no se detiene cuando se toca
con lo extraño, así mi mano escarba Europa.
Amplio es el rodeo
Cruza la plaza cantando porque así son
las cosas en Alicante, incluso para ella, aceptada
desde hace mucho tiempo por la noche como un
ahogado por el mar.
Este es el Sur, el Sur del Norte, me dije.
Mira hacia el Este, mira hacia el Oeste:
un corazón concreto, siempre al borde.
Es difícil descansar cuando todo canta a tu
alrededor…
Hay que avanzar hacia eso, siempre.
Transpiraba lo que está a punto de morir.
Aún transpira.
Pero la tierra desprendida de los altos
castillos ya le impide respirar.
No obstante insiste.
Avanza, le susurro: he ahí el mantra.
Avanza, le susurro, avanza, ve hacia eso a
pesar de ti, avanza aunque ahora seas invisible,
pregona sola por la noche arrastrando tu carro
con harapos, húndete en el canto, en la atenta
noche, como una pala cargando viaje, cargando
piedra.
—Descansa —algún día te dirá la muerte.
—Construiré tu casa blanca frente al mar en
calma.
Me señalaron el agujero en la montaña,
detrás de los rascacielos. El agujero existe, me
dijeron y me contaron la leyenda de Benidorm.
Había una vez una princesa enferma y un
gigante.
La única cura era conseguirle una flor
crecida en la montaña, antes del crepúsculo
. El gigante fue en su busca, pero el sol ya caía,
caía por detrás de la montaña
Él dio una patada a la montaña para
prolongar el instante de luz.
La piedra desprendida aún sobresale del
mar, frente a la playa.
—La vida es incesante en la ciudad de
Benidorm —nos dice María, —a pesar de la
crisis, es incesante.
Los recién llegados se desnudan en la
arena, cantan, se emborrachan en los bares. Son
gente del Norte buscando el Sur, miran la piedra
y no entienden.
María nos acoge en su casa, nos habla de
ellos, pero también de su padre.
El amor de su padre nos llega, venido de
Extremadura, con el sabor de la oliva.
Su imagen nos crece en el cuerpo, como
una idea de esencia, pesada y leve, un agujero en
la piedra, un lugar de ida y de vuelta, la piedra
misma donde estar a salvo.
Ella duerme escuchando el mar. Nosotros
dormimos escuchando el mar.
La gran piedra aún flota ahí.
Pesada y leve.
Así Europa se ilumina para nosotros
Extraido de Sísifo en el Norte Buenos Aires : Ruinas Circulares, 2012
Sueño que voy al Norte.
¿Hacia dónde mirar si ya se está en el Norte?
Se movieron las grandes aspas de la
conciencia. Giraron con el viento. No luché contra
ellas.
Un viaje a la espera del fruto tardío.
Al lugar más pesado, al más antiguo.
Para dejarlo todo, mientras los grandes
monumentos desfilan bajo el crepúsculo.
Para ver el camino y sus cáscaras, sus
palabras fijas.
Baja la raíz, pero no se detiene cuando se
encuentra con la piedra.
Así lo familiar no se detiene cuando se toca
con lo extraño, así mi mano escarba Europa.
Amplio es el rodeo
Cruza la plaza cantando porque así son
las cosas en Alicante, incluso para ella, aceptada
desde hace mucho tiempo por la noche como un
ahogado por el mar.
Este es el Sur, el Sur del Norte, me dije.
Mira hacia el Este, mira hacia el Oeste:
un corazón concreto, siempre al borde.
Es difícil descansar cuando todo canta a tu
alrededor…
Hay que avanzar hacia eso, siempre.
Transpiraba lo que está a punto de morir.
Aún transpira.
Pero la tierra desprendida de los altos
castillos ya le impide respirar.
No obstante insiste.
Avanza, le susurro: he ahí el mantra.
Avanza, le susurro, avanza, ve hacia eso a
pesar de ti, avanza aunque ahora seas invisible,
pregona sola por la noche arrastrando tu carro
con harapos, húndete en el canto, en la atenta
noche, como una pala cargando viaje, cargando
piedra.
—Descansa —algún día te dirá la muerte.
—Construiré tu casa blanca frente al mar en
calma.
Me señalaron el agujero en la montaña,
detrás de los rascacielos. El agujero existe, me
dijeron y me contaron la leyenda de Benidorm.
Había una vez una princesa enferma y un
gigante.
La única cura era conseguirle una flor
crecida en la montaña, antes del crepúsculo
. El gigante fue en su busca, pero el sol ya caía,
caía por detrás de la montaña
Él dio una patada a la montaña para
prolongar el instante de luz.
La piedra desprendida aún sobresale del
mar, frente a la playa.
—La vida es incesante en la ciudad de
Benidorm —nos dice María, —a pesar de la
crisis, es incesante.
Los recién llegados se desnudan en la
arena, cantan, se emborrachan en los bares. Son
gente del Norte buscando el Sur, miran la piedra
y no entienden.
María nos acoge en su casa, nos habla de
ellos, pero también de su padre.
El amor de su padre nos llega, venido de
Extremadura, con el sabor de la oliva.
Su imagen nos crece en el cuerpo, como
una idea de esencia, pesada y leve, un agujero en
la piedra, un lugar de ida y de vuelta, la piedra
misma donde estar a salvo.
Ella duerme escuchando el mar. Nosotros
dormimos escuchando el mar.
La gran piedra aún flota ahí.
Pesada y leve.
Así Europa se ilumina para nosotros
Extraido de Sísifo en el Norte Buenos Aires : Ruinas Circulares, 2012
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