A Evaristo Carriego
.......anoche
dejaste aquí sobre el piano, que jamás tocas,
un
poco de tu alma de muchacha enferma...
Por
aquellas calles palermitanas iba deslizándose una sombra, fina,
etérea. Era Evaristo poeta, soñador y quijotesco. Por ser débil,
los versos de Rubén Darío le incendiaron el alma de trovador
infatigable. Luego algún fantasma errabundo solía perseguirlo. Lo
acosaba, quizá, para apropiarse de ese espíritu de vate soñador.
Los laberintos intrincados de sus versos lo tentaban a batirse a
duelo con la muerte… ¡Difunta estás ahí y si, estás agazapada,
empecinada y voraz. ¡Sombría manía de arrebatarlo todo!. Sin
embargo fue como una dulce compañera, ella le mostró el suburbio y
dentro de él a la novia pálida y soñadora; más allá, detrás de
otra puerta, escondía su verguenza la vecinita que dio
aquel mal paso. Cotidianidad, cosas de todos los días, el arrabal,
el chísmerio. Le cantó al amor en cada frase y a la ciudad que un
día lo abrazara. Buenos Aires le usurpó el alma para protegerlo de
esa tristeza insondable, que parecía no tener fin. Era cierto que
Buenos Aires carecía de la espesura selvática de su tierra natal y,
sin embargo, lo ocultó en esa madriguera ciudadana de la que no se
puede librar tan fácilmente. El misterio del barrio. Bajo las lunas
porteñas paseaba de la mano con las musas enamoradas, un roce suave
sobre los labios y la eterna despedida. Alguna vez dijera Borges de
Carriego: No se le conocieron amores… pero alguien recordaba a una
mujer de luto esperarlo en la vereda, jamás dijo su nombre, tal vez,
era una sombra, un atisbo del amor o una quimera. Convenios que hizo
con la parca: guardar silencio sobre proféticas reflexiones de
compañeros de francachelas y parrandas. De su palidez trasnochada o
de las voces perdidas en el café “Los Inmortales” sólo quedan
rumores.
Se
extinguieron los testigos y bufones.
Al
oído le dice Almafuerte, el poeta de las grandes reflexiones…! no
te des por vencido ni aún vencido! y, la sombra mística de Evaristo
sigue eternamente su consejo, camina, camina sobre las veredas
mustias del pasado. A lo lejos, muy a lo lejos, los versos de una
canción, parecen detenerlo.
-Ven
llévate el libro, distraída llena de luz y de ensueño. ¡Romántica
loca… dejar tus amores ahí, sobre el piano!-
¡
De todo te olvidas Cabeza de Novia!
Foto ext.de google
Foto ext.de google
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