sábado, 6 de diciembre de 2014

Cristina Osimani (Argentina)

                                     



A Evaristo Carriego        

                                  .......anoche dejaste aquí sobre el piano, que jamás tocas,
                                                                                                                                                                                                       un poco de tu alma de   muchacha enferma...                                                                                                                                    

Por aquellas calles palermitanas iba deslizándose una sombra, fina, etérea. Era Evaristo poeta, soñador y quijotesco. Por ser débil, los versos de Rubén Darío le incendiaron el alma de trovador infatigable. Luego algún fantasma errabundo solía perseguirlo. Lo acosaba, quizá, para apropiarse de ese espíritu de vate soñador. Los laberintos intrincados de sus versos lo tentaban a batirse a duelo con la muerte… ¡Difunta estás ahí y si, estás agazapada, empecinada y voraz. ¡Sombría manía de arrebatarlo todo!. Sin embargo fue como una dulce compañera, ella le mostró el suburbio y dentro de él a la novia pálida y soñadora; más allá, detrás de otra puerta, escondía su verguenza la  vecinita que dio aquel mal paso. Cotidianidad, cosas de todos los días, el arrabal, el chísmerio. Le cantó al amor en cada frase y a la ciudad que un día lo abrazara. Buenos Aires le usurpó el alma para protegerlo de esa tristeza insondable, que parecía no tener fin. Era cierto que Buenos Aires carecía de la espesura selvática de su tierra natal y, sin embargo, lo ocultó en esa madriguera ciudadana de la que no se puede librar tan fácilmente. El misterio del barrio. Bajo las lunas porteñas paseaba de la mano con las musas enamoradas, un roce suave sobre los labios y la eterna despedida. Alguna vez dijera Borges de Carriego: No se le conocieron amores… pero alguien recordaba a una mujer de luto esperarlo en la vereda, jamás dijo su nombre, tal vez, era una sombra, un atisbo del amor o una quimera. Convenios que hizo con la parca: guardar silencio sobre proféticas reflexiones de compañeros de francachelas y parrandas. De su palidez trasnochada o de las voces perdidas en el café “Los Inmortales” sólo quedan rumores.
                         Se extinguieron los testigos y bufones.
              Al oído le dice Almafuerte, el poeta de las grandes reflexiones…! no te des por vencido ni aún vencido! y, la sombra mística de Evaristo sigue eternamente su consejo, camina, camina sobre las veredas mustias del pasado. A lo lejos, muy a lo lejos, los versos de una canción, parecen detenerlo.
                       -Ven llévate el libro, distraída llena de luz y de ensueño. ¡Romántica loca… dejar tus amores ahí, sobre el piano!-

                       ¡ De todo te olvidas Cabeza de Novia!
Foto ext.de google

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