TIAGO
Acaso
la gota que cae es lo que martilla en las sienes.
Lara
está en la cocina; el agua hierve incesante; el tiempo está
suspendido, todo transcurre sin el más mínimo movimiento.
Ahora
es otra gota la que cae y luego le sigue otra y después otra. Tal
vez le sería sencillo caminar hasta allí, posar una mano sobre el
grifo, apretarlo en un giro, apenas; sólo una pequeña vuelta, así,
sin resistencia; pero Lara no puede hacerlo, está como anestesiada;
sólo el borboteo del agua que está dentro de la olla;
nada más quiere dejarse estar pero la gota sigue cayendo y ella,
esta mujer que es, existe, aunque le duela y no pueda, ahora,
modificarlo.
La
transpiración le corre por la cara, las gotas resbalan y mojan la
insipidez de sus propios gestos que parecen molestarle.
Está
sentada frente a un papel, pensando en escribir sobre aquel día en
que se habían conocido. Lo escribe a Tiago que está allí, en la
cama 247, en el sector que a ella le toca atender, el Area
restringida de la Sala de Infecciosos del hospital donde
todos los días entra por la calle Muñiz con el serio
propósito de cumplir con su trabajo y no encariñarse con
ningún paciente más de la cuenta.
Ellos
casi siempre terminan por morirse, escribe Lara, siempre es lo mismo,
los veo consumirse, día tras día, comiendo poco y nada, cada vez
implorando que les de un calmante, abriendo sus ojos vacíos, las
bocas llagadas, las manchas en la piel, los cráteres purulentos en
todo el cuerpo; están solos, escribe Lara, abandonados por los
parientes que tienen miedo al contagio, estúpidamente, desconociendo
que hay maneras de estar en contacto con ellos.
Lara
escribe que Tiago es un ser especial, de esas personas que están en
el mundo para enseñarnos que no se puede vivir en vano. Ahora hace
una pausa fugaz, destinada a pensar qué es lo que realmente desea
contar.
En
un primer momento se le ocurre describir los ojos grandes y celestes
de Tiago, las pestañas arqueadas, la mirada de ángel rebelde, el
pelo rubio y revuelto, nunca dispuesto a estar peinado, la sonrisa,
sobre todo esa sonrisa amplia, completa, feliz, que le sirve para
protegerse de la acidez inequívoca de la gente escéptica que lo
rodea. Después Lara se dice que la descripción no la la a escribir,
que se guardará para sí esa imagen de hombre-niño imponiéndose
nítida, asociada a otros recuerdos infinitamente cálidos, lejos del
dolor y el oprobio.
Ahora
Lara calcula cuáles podrían ser los hechos principales de la trama
y no puede saber, todavía, cuál sería el mejor camino a tomar,
sólo se ve ella, con el guardapolvo, la mesita de jeringas, las
gasas, el barbijo que le obligan a usar para atender a los enfermos.
Lo
escribe a Tiago que aparece en su vida un día de lluvia y que el
viento venía pegado a la tristeza de esos días de otoño en una
Buenos Aires insulsa y aplastada, pero en realidad ese no es el caso,
se dice Lara, que más da si ese día había llovido o
había sol, o era verano o invierno. Ahora escribe con tanta rapidez
que las palabras vuelan más allá de su propio
significado y sabe que tiene que escribir casi de inmediato, que
Tiago ese día la había mirado al verla aparecer trayéndole los
remedios que debía tomar. La mira con una ternura anacrónica, como
si se hubieran reecontrado después de mucho tiempo de haber tenido
una relación en otra vida o en otro lugar, en otro mundo.
Lara
escribe lejos de toda responsabilidad de hacerlo en forma ordenada;
lo escribe a Tiago sentado en la cama, ambicionando el plato de
comida, que en un rato más llegaría y mira a Lara que le sonríe y
le dice que se llama Lara y le pregunta el nombre de él, de Tiago,
aunque ya lo sabe, y lo hace sólo para oírlo hablar, para
escucharle la voz envolvente y suave, atenuada ahora por la
debilidad, que en este instante le conoce. Escribe que a los pocos
minutos el le pregunta si le gusta leer y si ella aceptaría cuidarlo
de noche porque no tiene a nadie a quién recurrir. Lara le dice que
sí, que no tiene problemas porque tampoco tiene a nadie.
Ahora
lara escribe ese tiempo, el tiempo de cuidar a Tiago que transcurre
impalpable y traslúcido por la mano que escribe sin saber
exactamente qué y entonces las palabras van dejando la
huella y escribe a Tiago acostado, con los ojos cerrados, escuchando
lo que Lara lee: se
imaginaría que soportaba, además de mi cabeza, algo así como una
desesperanza infinita o vaya a saber qué,
Lara lee a Tiago una novela de Onetti con una efusión inhabitual y
él sonríe, entreabriendo, a veces, los ojos, moviendo apenas la
cabeza, asintiendo en el placer de lo que está escuchando.
Lara
escribe, va sin proyecto definido, se deja llevar; siente un estímulo
extra, le provoca oscuras fluctuaciones que no dejan pasar su mirada;
escribe a un Tiago seductor que a pesar de su cuerpo minado se vale
de tácticas sutiles para llevarla al punto exactamente opuesto al de
la pena que ella pudiera sentir. Tiago l hordas.
Esta habitación es irreal; ella no la ha visto. El nombre de una
mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo,es
una poesía de Borges que Lara ha leído con tanto placer y
Tiago, entre sueños, sonríe agradecido.
Lara
va escribiendo, la voluntad se va angostando, ahora los sucesos
empiezan a amontonarse; se ve a sí misma secándole la frente a
Tiago y a él besándola despaciosamente; escribe esos labios resecos
y afiebrados, la mano huesuda de Tiago tratando de acariciarla y
entonces otra vez el temor, ese, tan reconocible y transitado;
escribe sucesivas gradualmente, un paisaje familiar, el cuerpo
empobrecido, sombras cintilantes en una larga y palpable vigilia,
íntima, en dolor y sufrimiento en el fondo de una pared de un
hospital.
Tiago
cierra los ojos; duerme o no despierta que es lo mismo.
Ahora
Lara escribe ese mundo de negrura; tiene a la vista trechos de
memoria atravesados decenas de veces. Por primera vez siente que
eso es lo que en realidad quiere escribir y finalmente
ahora lo está descubriendo. Es eso, sus propios pasos caminado hacia
el cementerio; un sudor espeso y húmedo le moja el cuerpo, como si
estuviera por fuera de sí misma, ansiosa y entregada, un proceso de
cambio que la arrastra.
El
ruido de unos pasos detrás de ella refulgen apagadamente mientras
sigue avanzando sobre las huellas que Tiago ha dejado marcadas para
atravesarlas, multiplicando el aullido de los pasos, mordeduras que
hieren los oídos, cuando de pronto una materia obsesivamente
opresiva se apodera de su garganta por la que apenas puede pasar el
aire; ya empiezan a colgarse los recuerdos, movimientos joviales que
acortan el miedo y entonces ahora Lara en fragilidad intenta salir
del ladrido de perro que la ha acompañado; una sospecha de leve
esperanza la hace avanzar, la mantiene alerta, casi esperanzada,
hasta que lo ve a Tiago, entre sus brazos, en la simple imagen de
estar ahí y poder tocarlo, como se toca a un amante, como nunca lo
ha tocado y le dice entonces que ella sepa, que todos sepan que por
primera vez ella va a pasar la mano por el cuerpo de él, por cada
una y todas las partes ulcerosas del cuerpo de Tiago y entonces es
ahí que Lara empieza a advertir la presencia vívida de Tiago y
comienza a tocarlo como si de pronto se acrecentara la suavidad y el
espesor de la realidad que está tratando de comprender y comienza a
sentir que escribe y ya nada es como antes y entonces ahora la piel
de Tiago está limpia de cráteres y expele de sí toda enfermedad y
se deja pasar la mano de ella, allí, donde la sangre fluye y la e
sonríe, la examina con interés, con atención profunda; una manera
indirecta de mirarla como algo nuevo que se anuncia. Y es así.
Durante el día lo atiende en los turnos que le tocan,
alternadamente, pero las noches las guarda para él. Lara lee: ..hay
una esquina por la que no me atrevo a pasar,
hordas.
Esta habitación es irreal; ella no la ha visto. El nombre de una
mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo,es
una poesía de Borges que Lara ha leído con tanto placer y
Tiago, entre sueños, sonríe agradecido.
Lara
va escribiendo, la voluntad se va angostando, ahora los sucesos
empiezan a amontonarse; se ve a sí misma secándole la frente a
Tiago y a él besándola despaciosamente; escribe esos labios resecos
y afiebrados, la mano huesuda de Tiago tratando de acariciarla y
entonces otra vez el temor, ese, tan reconocible y transitado;
escribe sucesivas gradualmente, un paisaje familiar, el cuerpo
empobrecido, sombras cintilantes en una larga y palpable vigilia,
íntima, en dolor y sufrimiento en el fondo de una pared de un
hospital.
Tiago
cierra los ojos; duerme o no despierta que es lo mismo.
Ahora
Lara escribe ese mundo de negrura; tiene a la vista trechos de
memoria atravesados decenas de veces. Por primera vez siente que
eso es lo que en realidad quiere escribir y finalmente
ahora lo está descubriendo. Es eso, sus propios pasos caminado hacia
el cementerio; un sudor espeso y húmedo le moja el cuerpo, como si
estuviera por fuera de sí misma, ansiosa y entregada, un proceso de
cambio que la arrastra.
El
ruido de unos pasos detrás de ella refulgen apagadamente mientras
sigue avanzando sobre las huellas que Tiago ha dejado marcadas para
atravesarlas, multiplicando el aullido de los pasos, mordeduras que
hieren los oídos, cuando de pronto una materia obsesivamente
opresiva se apodera de su garganta por la que apenas puede pasar el
aire; ya empiezan a colgarse los recuerdos, movimientos joviales que
acortan el miedo y entonces ahora Lara en fragilidad intenta salir
del ladrido de perro que la ha acompañado; una sospecha de leve
esperanza la hace avanzar, la mantiene alerta, casi esperanzada,
hasta que lo ve a Tiago, entre sus brazos, en la simple imagen de
estar ahí y poder tocarlo, como se toca a un amante, como nunca lo
ha tocado y le dice entonces que ella sepa, que todos sepan que por
primera vez ella va a pasar la mano por el cuerpo de él, por cada
una y todas las partes ulcerosas del cuerpo de Tiago y entonces es
ahí que Lara empieza a advertir la presencia vívida de Tiago y
comienza a tocarlo como si de pronto se acrecentara la suavidad y el
espesor de la realidad que está tratando de comprender y comienza a
sentir que escribe y ya nada es como antes y entonces ahora la piel
de Tiago está limpia de cráteres y expele de sí toda enfermedad y
se deja pasar la mano de ella, allí, donde la sangre fluye y la mano
frota fuertemente el cuerpo de él y ella ve su mirada ineluctable,
esa combinación en la que el tiempo no parece ser más que una
emoción turbulenta donde ellos no ocultan ya la esencial
inmaterialidad del instante en que Lara escribe que Tiago entra en
Lara, una imagen sugerida, eternamente perdurable.
Ahora
acaso la gota que cae es la que martilla en las sienes y ella existe,
aunque le duela y no pueda, ahora, modificarlo.
pterocles-arenarius.blogspot.com
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