lunes, 29 de diciembre de 2014

Graciela Liciardi (Argentina)



TIAGO

         Acaso la gota que cae es lo que martilla en las sienes.
         Lara está en la cocina; el agua hierve incesante; el tiempo está suspendido, todo transcurre sin el más mínimo movimiento.
         Ahora es otra gota la que cae y luego le sigue otra y después otra. Tal vez le sería sencillo caminar hasta allí, posar una mano sobre el grifo, apretarlo en un giro, apenas; sólo una pequeña vuelta, así, sin resistencia; pero Lara no puede hacerlo, está como anestesiada; sólo  el borboteo del agua que está dentro de la olla; nada más quiere dejarse estar pero la gota sigue cayendo y ella, esta mujer que es, existe, aunque le duela y no pueda, ahora, modificarlo.
         La transpiración le corre por la cara, las gotas resbalan y mojan la insipidez de sus propios gestos que parecen molestarle.
         Está sentada frente a un papel, pensando en escribir sobre aquel día en que se habían conocido. Lo escribe a Tiago que está allí, en la cama 247, en el sector que a ella le toca atender, el Area restringida de la Sala de Infecciosos del hospital donde todos los días entra por la calle  Muñiz con el serio propósito de cumplir con su trabajo y  no encariñarse con ningún paciente más de la cuenta.
         Ellos casi siempre terminan por morirse, escribe Lara, siempre es lo mismo, los veo consumirse, día tras día, comiendo poco y nada, cada vez implorando que les de un calmante, abriendo sus ojos vacíos, las bocas llagadas, las manchas en la piel, los cráteres purulentos en todo el cuerpo; están solos, escribe Lara, abandonados por los parientes que tienen miedo al contagio, estúpidamente, desconociendo que hay maneras de estar en contacto con ellos.
         Lara escribe que Tiago es un ser especial, de esas personas que están en el mundo para enseñarnos que no se puede vivir en vano. Ahora hace una pausa fugaz, destinada a pensar qué es lo que realmente desea contar.
         En un primer momento se le ocurre describir los ojos grandes y celestes de Tiago, las pestañas arqueadas, la mirada de ángel rebelde, el pelo rubio y revuelto, nunca dispuesto a estar peinado, la sonrisa, sobre todo esa sonrisa amplia, completa, feliz, que le sirve para protegerse de la acidez inequívoca de la gente escéptica que lo rodea. Después Lara se dice que la descripción no la la a escribir, que se guardará para sí esa imagen de hombre-niño imponiéndose nítida, asociada a otros recuerdos infinitamente cálidos, lejos del dolor y el oprobio.
         Ahora Lara calcula cuáles podrían ser los hechos principales de la trama y no puede saber, todavía, cuál sería el mejor camino a tomar, sólo se ve ella, con el guardapolvo, la mesita de jeringas, las gasas, el barbijo que le obligan a usar para atender a los enfermos.
         Lo escribe a Tiago que aparece en su vida un día de lluvia y que el viento venía pegado a la tristeza de esos días de otoño en una Buenos Aires insulsa y aplastada, pero en realidad ese no es el caso, se dice Lara,  que más da si ese día había llovido o había sol, o era verano o invierno. Ahora escribe con tanta rapidez que las palabras vuelan más allá de  su propio significado y sabe que tiene que escribir casi de inmediato, que Tiago ese día la había mirado al verla aparecer trayéndole los remedios que debía tomar. La mira con una ternura anacrónica, como si se hubieran reecontrado después de mucho tiempo de haber tenido una relación en otra vida o en otro lugar, en otro mundo.
         Lara escribe lejos de toda responsabilidad de hacerlo en forma ordenada; lo escribe a Tiago sentado en la cama, ambicionando el plato de comida, que en un rato más llegaría y mira a Lara que le sonríe y le dice que se llama Lara y le pregunta el nombre de él, de Tiago, aunque ya lo sabe, y lo hace sólo para oírlo hablar, para escucharle la voz envolvente y suave, atenuada ahora por la debilidad, que en este instante le conoce. Escribe que a los pocos minutos el le pregunta si le gusta leer y si ella aceptaría cuidarlo de noche porque no tiene a nadie a quién recurrir. Lara le dice que sí, que no tiene problemas porque tampoco tiene a nadie.
         Ahora lara escribe ese tiempo, el tiempo de cuidar a Tiago que transcurre impalpable y traslúcido por la mano que escribe sin saber exactamente qué y entonces  las palabras van dejando la huella y escribe a Tiago acostado, con los ojos cerrados, escuchando lo que Lara lee: se imaginaría que soportaba, además de mi cabeza, algo así como una desesperanza infinita o vaya a saber qué, Lara lee a Tiago una novela de Onetti con una efusión inhabitual y él sonríe, entreabriendo, a veces, los ojos, moviendo apenas la cabeza, asintiendo en el placer de lo que está escuchando.
         Lara escribe, va sin proyecto definido, se deja llevar; siente un estímulo extra, le provoca oscuras fluctuaciones que no dejan pasar su mirada; escribe a un Tiago seductor que a pesar de su cuerpo minado se vale de tácticas sutiles para llevarla al punto exactamente opuesto al de la pena que ella pudiera sentir. Tiago l hordas. Esta habitación es irreal; ella no la ha visto. El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo,es una poesía de Borges que Lara ha leído con tanto placer  y Tiago, entre sueños, sonríe agradecido.
         Lara va escribiendo, la voluntad se va angostando, ahora los sucesos empiezan a amontonarse; se ve a sí misma secándole la frente a Tiago y a él besándola despaciosamente; escribe esos labios resecos y afiebrados, la mano huesuda de Tiago tratando de acariciarla y entonces otra vez el temor, ese, tan reconocible y transitado; escribe sucesivas gradualmente, un paisaje familiar, el cuerpo empobrecido, sombras cintilantes en una larga y palpable vigilia, íntima, en dolor y sufrimiento en el fondo de una pared de un hospital.
         Tiago cierra los ojos; duerme o no despierta que es lo mismo.
         Ahora Lara escribe ese mundo de negrura; tiene a la vista trechos de memoria atravesados decenas de veces. Por primera vez siente que eso  es lo que en realidad quiere escribir y finalmente ahora lo está descubriendo. Es eso, sus propios pasos caminado hacia el cementerio; un sudor espeso y húmedo le moja el cuerpo, como si estuviera por fuera de sí misma, ansiosa y entregada, un proceso de cambio que la arrastra.
         El ruido de unos pasos detrás de ella refulgen apagadamente mientras sigue avanzando sobre las huellas que Tiago ha dejado marcadas para atravesarlas, multiplicando el aullido de los pasos, mordeduras que hieren los oídos, cuando de pronto una materia obsesivamente opresiva se apodera de su garganta por la que apenas puede pasar el aire; ya empiezan a colgarse los recuerdos, movimientos joviales que acortan el miedo y entonces ahora Lara en fragilidad intenta salir del ladrido de perro que la ha acompañado; una sospecha de leve esperanza la hace avanzar, la mantiene alerta, casi esperanzada, hasta que lo ve a Tiago, entre sus brazos, en la simple imagen de estar ahí y poder tocarlo, como se toca a un amante, como nunca lo ha tocado y le dice entonces que ella sepa, que todos sepan que por primera vez ella va a pasar la mano por el cuerpo de él, por cada una y todas las partes ulcerosas del cuerpo de Tiago y entonces es ahí que Lara empieza a advertir la presencia vívida de Tiago  y comienza a tocarlo como si de pronto se acrecentara la suavidad y el espesor de la realidad que está tratando de comprender y comienza a sentir que escribe y ya nada es como antes y entonces ahora la piel de Tiago está limpia de cráteres y expele de sí toda enfermedad y se deja pasar la mano de ella, allí, donde la sangre fluye y la e sonríe, la examina con interés, con atención profunda; una manera indirecta de mirarla como algo nuevo que se anuncia. Y es así. Durante el día lo atiende en los turnos que le tocan, alternadamente, pero las noches las guarda para él. Lara lee: ..hay una esquina por la que no me atrevo a pasar,
hordas. Esta habitación es irreal; ella no la ha visto. El nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo,es una poesía de Borges que Lara ha leído con tanto placer  y Tiago, entre sueños, sonríe agradecido.
         Lara va escribiendo, la voluntad se va angostando, ahora los sucesos empiezan a amontonarse; se ve a sí misma secándole la frente a Tiago y a él besándola despaciosamente; escribe esos labios resecos y afiebrados, la mano huesuda de Tiago tratando de acariciarla y entonces otra vez el temor, ese, tan reconocible y transitado; escribe sucesivas gradualmente, un paisaje familiar, el cuerpo empobrecido, sombras cintilantes en una larga y palpable vigilia, íntima, en dolor y sufrimiento en el fondo de una pared de un hospital.
         Tiago cierra los ojos; duerme o no despierta que es lo mismo.
         Ahora Lara escribe ese mundo de negrura; tiene a la vista trechos de memoria atravesados decenas de veces. Por primera vez siente que eso  es lo que en realidad quiere escribir y finalmente ahora lo está descubriendo. Es eso, sus propios pasos caminado hacia el cementerio; un sudor espeso y húmedo le moja el cuerpo, como si estuviera por fuera de sí misma, ansiosa y entregada, un proceso de cambio que la arrastra.
         El ruido de unos pasos detrás de ella refulgen apagadamente mientras sigue avanzando sobre las huellas que Tiago ha dejado marcadas para atravesarlas, multiplicando el aullido de los pasos, mordeduras que hieren los oídos, cuando de pronto una materia obsesivamente opresiva se apodera de su garganta por la que apenas puede pasar el aire; ya empiezan a colgarse los recuerdos, movimientos joviales que acortan el miedo y entonces ahora Lara en fragilidad intenta salir del ladrido de perro que la ha acompañado; una sospecha de leve esperanza la hace avanzar, la mantiene alerta, casi esperanzada, hasta que lo ve a Tiago, entre sus brazos, en la simple imagen de estar ahí y poder tocarlo, como se toca a un amante, como nunca lo ha tocado y le dice entonces que ella sepa, que todos sepan que por primera vez ella va a pasar la mano por el cuerpo de él, por cada una y todas las partes ulcerosas del cuerpo de Tiago y entonces es ahí que Lara empieza a advertir la presencia vívida de Tiago  y comienza a tocarlo como si de pronto se acrecentara la suavidad y el espesor de la realidad que está tratando de comprender y comienza a sentir que escribe y ya nada es como antes y entonces ahora la piel de Tiago está limpia de cráteres y expele de sí toda enfermedad y se deja pasar la mano de ella, allí, donde la sangre fluye y la mano frota fuertemente el cuerpo de él y ella ve su mirada ineluctable, esa combinación en la que el tiempo no parece ser más que una emoción turbulenta donde ellos no ocultan ya la esencial inmaterialidad del instante en que Lara escribe que Tiago entra en Lara, una imagen sugerida, eternamente perdurable.

         Ahora acaso la gota que cae es la que martilla en las sienes y ella existe, aunque le duela y no pueda, ahora, modificarlo.
pterocles-arenarius.blogspot.com

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