Jacek Yerka
Como
en una lista
Primero
te fuiste vos, no sé, argumentaste que la casa era sombría y que el
jardín donde habíamos crecido ya no tenía, ni luz, ni paisaje. Que
te faltaba aire y no sé cuántas cosas más. Sí, era cierto, la
medianera baja donde solías treparte para cruzar hacia la casa de
Eduardo, se había convertido en un monstruoso edificio de nueve
pisos. Y vos les temías a los monstruos. Fue evidente lo del jardín
sin sol, pero la realidad nos había alcanzado y nosotros ya no
éramos los chicos de entonces.
Recuerdo,
cuando Eduardo me miró por primera vez con otros ojos, hasta parecía
habérsele transformado el color de la mirada. Claro, yo cumplía
quince años y él iba para los dieciséis. Vos todavía tenías
trece y no te percatabas de los cambios. Recordarás a papá
seguramente, aparentaba muchos años más de los que tenía en
realidad. Europa no había hecho otra cosa que formar hombres
nostálgicos, avejentados, para enviarlos después a América. Quizá
fueran despojos que la guerra deja. Que otra cosa se puede esperar de
ella.
Mamá
formaba parte de otro capítulo, silenciosa y fóbica hacia todo lo
que se relacionara con el sexo, a veces me pregunto cómo hizo para
acostarse con el viejo. Qué extraño te parecerá que le diga a
papá…viejo. Los argentinos tenemos estas cosas. Y el ciruelo que
él plantó ¿te acordás? todas las primaveras jugábamos a quien
descubriría primero la floración, ya que ésta, aparecía ante que
las hojas. -Creo que me lo preguntaste una tarde-.
´-¿Por
qué florecerá si aún, no tiene hojas?
-No
lo sé, te dije sin demasiadas convicciones, creo que como todas las
cosas de la vida-
-preguntaste
¿y cómo son las cosas de la vida?
-Raras…
pero no te preocupes lo importante es que broten las flores, después
vendrán las hojas y los frutos-
No
indagaste más y te fuiste murmurando sobre la panzada que se harían
con Eduardo cuando se colmara de ciruelas… yo me encogí de
hombros. A mí siempre me parecieron ácidas.
Como
te decía, primero te fuiste vos, después mamá, pero de ella
conozco el paradero; la muerte siempre deja una dirección… ¡en
cambio la tuya!
Cuando
nos casamos, porque nos casamos Eduardo y yo…vos no te enteraste.
Te preguntarás como nos rencontramos.
Después
de algunos años vino a visitarnos y ese contacto fue definitivo,
creo que siempre estuvimos hechos el uno para el otro. Antes que papá
también se fuera vivíamos los tres juntos, pero en silencio,
costumbres de nuestra familia a las que él supo adaptarse. Eso sí,
no hubo un día en que dejáramos de preguntarnos dónde estarías.
Los
hijos que soñé no llegaron, creí verlos correr en el jardín
ciento de veces, pero sólo podía imaginar nuestras caritas de niños
tostadas por el sol; eso, cuando la medianera era baja y los veranos
ardientes. ¡Cuántas cosas se pueden perder debajo de un enorme
paredón!
Ahora,
desde la ventana de la cocina veo el ciruelo, nuestro ciruelo, si
vieras su tronco se ha puesto nudoso de tan viejo. Eduardo está
debajo de su fresca sombra, sombra eterna.
Desde
la silla de ruedas para él todo es igual. Le da lo mismo, pienso que
se plantó en un mundo que ya no lo lastima.
Ya
doblo este papel sabiendo que las palabras que aquí están escritas
no tendrán respuestas, morirán dentro del cajón de siempre
apiladas unas sobre otras. Luego, sin remedio se tornarán de color
sepia.
He
aprendido a templar mí espíritu y no me impresiono como antes,
cuando creía que estas cartas sin destino cobraban vida por las
noches.
Siento
frio en la piel, pues la tarde está muriendo y me olvido a veces que
el sol es esquivo para con nosotros, aún, en los veranos. Sí, es
tiempo de entrar a Eduardo. Cuando el crepúsculo está cercano me
dejo invadir por extrañas sensaciones y una pregunta latente corroe
mi alma.
¿Quién
se irá ahora? ¿Quién después?
bello relato,gracias CRISTINA por compartirlo, FELIZ 2015
ResponderEliminargracias por visitar el blog!!!!!!!!!!!!!1
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