viernes, 2 de enero de 2015

Elvin Mungia (Honduras)




 
LA NOCHE EN LA CUAL TODAS LAS LUNAS COMO LOS SUEÑOS, SE MATERIALIZARON, EN EL "GRAN CONGOLÓN CAFÉ+BAR"

La chica se había quedado en la barra. Llevaba sus pantalones de mezclilla, camiseta amarillo claro de cuello redondo a la cadera. Las mangas a ras del hombro mostraban sus brazos delgados, armoniosos y femeninos. Proyectaban una actitud algo pendenciera, independiente; pero a la vez franca, generosa y espontánea.

En la blusa de la chica, apenas se podía leer, consecuencia de la media luz del lugar, unas letras estampadas en negro: IV Festival de... lo demás fue ilegible. Sus sandalias de cuero, mostraban las uñas de su pie derecho esmaltadas en un rojo sensual, el cual columpiaba a satisfacción. Suelto y con partido en medio, su cabello caía lacio, trigueño, con unas briznas cobrizas. Tenía una copa de vino en la mano, miraba hacia la ciudad a través del leve polarizado de los ventanales del Gran Congolón Café+Bar, establecimiento que se hallaba sobre la terraza del Hotel Real Camino Lenca y en donde la misticidad ancestral, se exhibía en cada detalle del recinto. Al entrar, después de subir algunos escalones, las paredes del ala izquierda exponían sus murales con imágenes de individuos vigorosos, grises, sombreados en un desvaído negro; líneas definidas, de perspectiva y simetría perfecta. Sus rostros manifestaban una artística expresión, una composición atractiva que acentuaba esa primera impresión de los buenos bares, de los buenos lugares para encontrar el origen y el fin de buenos e inverosímiles relatos.

Ixshara se había quedado en su radio de molicie como palmera bogante al ritmo de las olas que cuchichean una nocturna romanza. Sentía como si allí había estado desde antes de que la historia gozara de memoria; memoria como la que tienen los viejos cuando todo lo narran, y entre anécdota y relato, pareciera que de nuevo renacieran, pareciera que vivieran de nuevo. El mundo había dado un par de pasos más sobre sí. Ella permanecía serena, movía su copa, como cuando un

gato juega imperturbable con la cola. Ixshara hacía brevísimas pausas para remojar los labios, para degustar el vino. Su pie seguía columpiándose al capricho del placer.

Marco la había visto unas horas antes en el parque, unas horas atrás cuando Ixshara se desplazaba discreta, sonriendo hacia la altura de los árboles, sonriendo al antojo de algún recuerdo, el recuerdo de algún viaje en autobús, de alguna caminata a medianoche por la discreción de algún poblado, acompañada del chico que alguna vez le había besado en más de un viaje el sobresaltado, voluptuoso, bien formado y bien amado pecho. Henchíanse en la cadencia de las rememoraciones, los labios como caricias, las caricias como besos, las manos como milagros.
Entre el movimiento de la copa, una canción sonaba desde la apasionada garganta, desde la sedosa textura de la mezzosoprano que, al rasgueo de la guitarra, aspergía cada nota como cuando un jardín es bañado, o como cuando las manos de una diosa, hacen florecer en el alma, regocijantes caricias. El “Gran Congolón Café+Bar” se dejaba también al deleite, de aquella voz que se introducía por los oídos, se colaba hasta la sangre y de allí partía como un viajante hacia los recovecos del plexo que se aceleraba hasta caer en descensos, y luego, levantarse intranquilo como colibrí, para besar otro hibisco, otra pasionaria. Ixshara no mostraba la sonrisa de la tarde, no mostraba mohín alguno; únicamente se dedicaba a palpar con los labios las notas que salían fervorosas de aquella guitarra, a saborear el tono subrepticio que se daba a cómoda gana y bañaba cada terminación nerviosa, cada neurona, cada sinapsis hasta conquistar en cada decibel de las cuerdas vocales y de la guitarra, los telómeros del ADN. 
 
La diosa que hacía vibrar con su voz de filigrana el tejido de aquel espacio, modulaba una amorosa canción de Chico Buarque, “Eu te amo”: “Ah, sí cuando te vi, me eché a soñar, fue casi desvarío / rompí con todo, quemé mis navíos / Cuéntame ahora a dónde puedo ir”. La diosa, que había sido invitada a dar nigromancia a aquél “Café+Bar” con las armonías de su voz, no intuía lo que ocurría, no sospechaba ese desborde de mágicos efectos, de mesmerizadas miradas que se dirigían como pequeños asombrados hacia el lugar que ella ocupaba, hacia la guitarra, hacia la butaca, hacia sus manos. El chico recién llegado, extasiado por el aria de la guitarra y la voz de aquella mujer, invocada como una diosa para cantar en el “Gran Congolón” a celestiales elegidos, había cruzado sin protocolo hacia la barra. En su paso, le había avistado y un aplauso, como saludo, como ofrenda, hacía sonar a cada paso.

Ixshara, ensimismada en los techos de teja, el campanario y la cúpula de la Iglesia San Marcos, besaba la copa, besaba las notas, besaba las avejentadas luces del alumbrado público que se dejaban en las viejas melancolías y parecían también bailar al ritmo del viento y de la
melosa voz que se escamoteaba por las solitarias calles empedradas. Los pocos transeúntes se quedaban hipnotizados mirando hacia el “Gran Congolón”, asombrados de la alegría que se fugaba con aquella música, con aquel fervor que se discurría desde aquella terraza por la antiquísima Ciudad de los Confines.

Dromedario se acercó, trató de no meterse en su zona visual, pero no hubo remedio. Pasó frente a Ixshara lacónico y prudente. Tomó el asiento contiguo y amablemente le dio una disculpa al mover una de las sillas cercanas. Luego, con una sonrisa, llamó a la joven que atendía y se quedó por un segundo instalado en los grandes y tristones ojos de Norma Aracely, a quien ya conocía por eso de las visitas eventuales al Café+Bar y por la curiosidad que a veces le provocaba la seriedad de quien, seguro seguro, alguna magnífica historia se guardaba para sí con el más receloso y excesivo secreto. Pidió una cerveza y se quedó en silencio degustando un lacónico trago mientras la voz de la chica que cantaba reiniciaba una bossa nova: “As Vitrinas”, otra melodía de Buarque.

Para Marco, Ixshara había salido de la víspera, de la oración, del oráculo que una vez le había predicho que en un viaje encontraría, en el desenlace de un plenilunio, una chica; una joven que, con copa en mano, le mostraría todos los destinos, le contaría todas las historias que el amor ha contado. Sería de noche y sería en el Gran Congolón que una trovadora tendría sostenida en su voz una mano señalando una calzada, una bossa nova. Estaría sentada como si hubiese bajado despacio desde cielos lejanos, gravitaría como una mariposa sobre las moderadas corrientes de las remembranzas, jugaría como una cachorra a mover la copa, sus ojos de pantera proyectarían la más afectuosa luz.
Marco la observó por los rabillos. Discreto, encontró sus ojos, indiferentes y penetrantes como si fueran las pasivas pupilas de una felina. No había miedos, ni esperas; sólo un aplomo, un particular estoicismo con el cual podía auscultar, sin inmutarse, la más discreta de la conciencias. Un café claro felino le hacía recordar las palabras que serían la llave que abriría el secreto de todos los hechizos, la vara que se movería como una batuta, que dirigiría en el futuro, el concierto del amor. Cuántos instrumentos se unirían en su pecho, cuántos violines, cuántos trombones, cuantos pianos. Ella era un espíritu libre al extremo. Era esa fluidez de Beethoven, la claridad de Bach, el exceso y el absolutismo de Rajmáninov, el arrojo de Vivaldi, brillante como un Kandinski, danzarín como un Pollok, diverso como un Dalí, misteriosa como el universo mismo. Era el caos en orden, un desorden cósmico ordenado por una matemática más cierta que la ilógica de un diosa. Una diosa sentada con su copa de vino, que hamacaba su pie, que mostraba, a pesar de su impavidez, la sabiduría más lúcida que pudieran sumar, doce millones de ingenios humanos.

El Café + Bar Gran Congolón, parecía tan etéreo, tan vintage, tan
antiguo y tan reciente, tan de cualquier parte y tan exclusivo. Era un bar que se podría llamar de ensueño, un sitio para quienes querían encontrarse con la alegría que acarrea el buen designio, el sino de las buenas elecciones; un lugar en donde aquello intangible, aquello vedado a los humanos, aquello que sólo se puede apreciar en la imaginación de los demiurgos, contenía la nigromancia suficiente para volverlo todo un realismo mágico, un realismo fantástico, un mitológico realismo. 
 
 Para no sentir la energía de Ixshara que lo curvaba todo, echó un vistazo en derredor. Pudo ver que Wendy conversaba con Amanda y Victoria. Hablaban sobre los amores venideros, sobre los amores que tocan a la puerta del pecho, porque los pasados, los amores pasados, esos se habían anquilosado en las tinieblas del recuerdo, se habían tentado a volverse olvido. Sara Mazier en algún momento había estado por ahí, pero ya no la veía. Quizá ya se había marchado. El Señor de Suntúl, Olayo Pinto, conversaba entre risas, a unas butacas de allí con la siempre dulce Delmy Suyapa, y los hermosos y serios rasgos de Erika, quien de vez en cuando dejaba escuchar su voz refinadamente grave, para luego sonreír con la elegancia de su 1.73 de estatura. Más al fondo, en una esquina, elegantes, hermosas y risueñas, como siempre, Zaida Margot y Celeste.
Esto fue un instante, un instante en donde todas las lunas llegaban
 puntuales a llenarse de la gracia de aquel Café+Bar.
Ixshara esperó la última canción con la cual la chica que cantaba culminaría su concierto. La diosa se despediría con una amplia sonrisa después de interpretar “Quédate” de Silvio Rodríguez. Posteriormente bajaría para descansar un poco del trajín de la noche y de los seres materializados que coreaban cada tema como una oración de la vida. Iría, ella, la Música a acomodarse en la habitación 205 del Real Camino Lenca, para dormitar entre los brazos del humano que había elegido para amarlo hasta que llegara como un bermejo ocaso el momento de transmigrar a otro sitio, a otro tiempo, pero jamás a otro amor.
―“Quédate, Quédate, para poder vivir sin llanto...” ¡Muchas Gracias

Ixshara también tarareó hasta el último verso del estribillo, mientras la copa se llenaba y se vaciaba, Marco, tomaba más confianza para disfrutar la pasión que mostraba esa chica de actitud tan etérea y tan humana.
Ixshara también tarareó hasta el último verso del estribillo, mientras la copa se llenaba y se vaciaba, Marco, tomaba más confianza para disfrutar la pasión que mostraba esa chica de actitud tan etérea y tan humana.
Las despedidas de la cantante y los aplausos que no acababan, provocaron en Marco la necesidad de escamotearse a la terraza, otear desde otro aspecto lo que Ixshara veía a través de las ventanas. Ixshara, se terminó su copa de vino, pidió otra y salió. Se instaló a un metro de Marco con las pupilas de leona bañando la ciudad que fuera del “Gran Congolón”, parecía soñar con personas extranjeras, con personas penitentes que venían buscándose desde distantes ciudades.

En eso de las cavilaciones estaban, cada uno sin decirse palabra, más

que los gestos que ambos entendían como una conversa de dos individuos que saltean al destino y lo dejan sin reacciones ni sorpresas, cuando se cortó de repente, el flujo de la energía eléctrica, y fue un coro de desencantos el que ondeó desde el interior del bar, sin embargo, diligente, Escalante, mandó a encender cirios en cada mesa y por todo escondite, dándole al “Gran Congolón” un aspecto de santuario, una atmosfera tan pacífica que invitó a todos a volver a las pláticas, a las risas, y a las críticas contra al añilado gobierno que no hacía más que mentir y mentirse.

Antares, Shaula y Sargas, radiaban desde Scorpio en dirección a las pupilas de Ixshara, quien en la lobreguez, se acomodaba el cabello y se maravillaba de aquel cielo lleno a parte de Scorpio, Libra y las Pleyades de tantas constelaciones, de tantas estrellas que tembló con un poco de nostalgia. La luna se confundía con la luminosidad de su piel. Marco la veía sin disimulo ni extrañez. La luna se ponía más esplendente, era como si muchas lunas volviera su argenta luz hacia ella. Treinta minutos después, ella sacó de su morral un paquete de cigarros, tomó uno, lo encendió. Con una sonrisa estiró su mano izquierda hasta Marco, convidándole un cigarrillo, sin preguntar si fumaba o no. Marco dudó, se le cruzó por un segundo negarse a aceptar, pero el arcoreflejo, fue menos comedido, así que lo tomó, se lo llevó a la boca, ella activó el encendedor y la llama abrasó al tabaco, un exhalo fue suficiente.
Ixshara se envolvió en una nube de humo, Marco igual, seguían callados, fue como sellar un pacto, como decir: ―¡Qué bueno!, ¡Oh Santo Gato de Atocha, al fin nos hemos encontrado!― Abajo, en la 205, un humano escuchaba un bolero que al oído le solfeaba una diosa, quien lo había seleccionado entre tanto humano bueno, para amarlo, no por esa noche, sino hasta cuando la historia fuese una anécdota contada por un hombre con tanta edad, que pareciera tan viejo como el planeta. Mientras adentro, en el “Bar+café”, las gentes gozaban el ensueño de la vida, el onirismo que tare el desprendimiento de la realidad, la ficción colada entre la apatía cotidiana y la nigromancia de las velas que evocaban las noches en la cuales, todas las lunas como los sueños, se materializaban en el misterioso, "Gran Congolón"
*Del Libro “Cuentos Cotidianos” (2012-2014 Goblin Editores)

 



SIEMPRE TENDREMOS LOS ESTACIONAMIENTOS DE LOS BARES

y los menos imaginados rincones del “Cerros de Plata”

Las copas en las embajadas

las celebraciones de aniversario

y el Octavio Paz

esparciendo con sus libros

la perenne luz

la inagotable materia, de su poesía.



Habrá siempre un estacionamiento

para que un vehículo cualquiera se aparque

y adentro

los vaporosos besos

empañen los vidrios traseros.

Las llamas del bosque

flameen orales las pelvis.

Los pechos se dividan

como pasionarias invertidas a los besos.

Se rocíen de lascivas ternuras

al amparo de los lunes.

Tormentas de metáforas

frutos de la vida

manantiales estelares de la Vía Láctea

cuerpos en ardor.



Habrán manos que acaricien las íntimas intimidades

mientras cada vehículo en cualquier estacionamiento

resguarde a transitorios amantes

amantes que nos emulen

amantes que recuerden el edén de las calles discretas

el voluptuoso anonimato de los parking.



De citadinos lobos

que hasta reventarse el corazón

aúllen a la oveja hecha luna.



De los gatos que se besan

hasta encandecer los estacionamientos

con el excitante miedo de los subrepticios

la liviana materia de los sueños

el orgasmo del amor.



(De “Sombra de Ixshara y poemas” 2013- 2014 G. E.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario