Pintura
joseantoniogalloso.blogspot.com
LA
NOCHE EN LA CUAL TODAS LAS LUNAS COMO LOS SUEÑOS, SE MATERIALIZARON,
EN EL "GRAN CONGOLÓN CAFÉ+BAR"
La
chica se había quedado en la barra. Llevaba sus pantalones de
mezclilla, camiseta amarillo claro de cuello redondo a la cadera. Las
mangas a ras del hombro mostraban sus brazos delgados, armoniosos y
femeninos. Proyectaban una actitud algo pendenciera, independiente;
pero a la vez franca, generosa y espontánea.
En
la blusa de la chica, apenas se podía leer, consecuencia de la media
luz del lugar, unas letras estampadas en negro: IV Festival de... lo
demás fue ilegible. Sus sandalias de cuero, mostraban las uñas de
su pie derecho esmaltadas en un rojo sensual, el cual columpiaba a
satisfacción. Suelto y con partido en medio, su cabello caía lacio,
trigueño, con unas briznas cobrizas. Tenía una copa de vino en la
mano, miraba hacia la ciudad a través del leve polarizado de los
ventanales del Gran Congolón Café+Bar, establecimiento que se
hallaba sobre la terraza del Hotel Real Camino Lenca y en donde la
misticidad ancestral, se exhibía en cada detalle del recinto. Al
entrar, después de subir algunos escalones, las paredes del ala
izquierda exponían sus murales con imágenes de individuos
vigorosos, grises, sombreados en un desvaído negro; líneas
definidas, de perspectiva y simetría perfecta. Sus rostros
manifestaban una artística expresión, una composición atractiva
que acentuaba esa primera impresión de los buenos bares, de los
buenos lugares para encontrar el origen y el fin de buenos e
inverosímiles relatos.
Ixshara
se había quedado en su radio de molicie como palmera bogante al
ritmo de las olas que cuchichean una nocturna romanza. Sentía como
si allí había estado desde antes de que la historia gozara de
memoria; memoria como la que tienen los viejos cuando todo lo narran,
y entre anécdota y relato, pareciera que de nuevo renacieran,
pareciera que vivieran de nuevo. El mundo había dado un par de pasos
más sobre sí. Ella permanecía serena, movía su copa, como cuando
un
gato
juega imperturbable con la cola. Ixshara hacía brevísimas pausas
para remojar los labios, para degustar el vino. Su pie seguía
columpiándose al capricho del placer.
Marco
la había visto unas horas antes en el parque, unas horas atrás
cuando Ixshara se desplazaba discreta, sonriendo hacia la altura de
los árboles, sonriendo al antojo de algún recuerdo, el recuerdo de
algún viaje en autobús, de alguna caminata a medianoche por la
discreción de algún poblado, acompañada del chico que alguna vez
le había besado en más de un viaje el sobresaltado, voluptuoso,
bien formado y bien amado pecho. Henchíanse en la cadencia de las
rememoraciones, los labios como caricias, las caricias como besos,
las manos como milagros.
Entre
el movimiento de la copa, una canción sonaba desde la apasionada
garganta, desde la sedosa textura de la mezzosoprano que, al rasgueo
de la guitarra, aspergía cada nota como cuando un jardín es bañado,
o como cuando las manos de una diosa, hacen florecer en el alma,
regocijantes caricias. El “Gran Congolón Café+Bar” se dejaba
también al deleite, de aquella voz que se introducía por los oídos,
se colaba hasta la sangre y de allí partía como un viajante hacia
los recovecos del plexo que se aceleraba hasta caer en descensos, y
luego, levantarse intranquilo como colibrí, para besar otro hibisco,
otra pasionaria. Ixshara no mostraba la sonrisa de la tarde, no
mostraba mohín alguno; únicamente se dedicaba a palpar con los
labios las notas que salían fervorosas de aquella guitarra, a
saborear el tono subrepticio que se daba a cómoda gana y bañaba
cada terminación nerviosa, cada neurona, cada sinapsis hasta
conquistar en cada decibel de las cuerdas vocales y de la guitarra,
los telómeros del ADN.
La
diosa que hacía vibrar con su voz de filigrana el tejido de aquel
espacio, modulaba una amorosa canción de Chico Buarque, “Eu te
amo”: “Ah, sí cuando te vi, me eché a soñar, fue casi desvarío
/ rompí con todo, quemé mis navíos / Cuéntame ahora a dónde
puedo ir”. La diosa, que había sido invitada a dar nigromancia a
aquél “Café+Bar” con las armonías de su voz, no intuía lo que
ocurría, no sospechaba ese desborde de mágicos efectos, de
mesmerizadas miradas que se dirigían como pequeños asombrados hacia
el lugar que ella ocupaba, hacia la guitarra, hacia la butaca, hacia
sus manos. El chico recién llegado, extasiado por el aria de la
guitarra y la voz de aquella mujer, invocada como una diosa para
cantar en el “Gran Congolón” a celestiales elegidos, había
cruzado sin protocolo hacia la barra. En su paso, le había avistado
y un aplauso, como saludo, como ofrenda, hacía sonar a cada paso.
Ixshara,
ensimismada en los techos de teja, el campanario y la cúpula de la
Iglesia San Marcos, besaba la copa, besaba las notas, besaba las
avejentadas luces del alumbrado público que se dejaban en las viejas
melancolías y parecían también bailar al ritmo del viento y de la
melosa
voz que se escamoteaba por las solitarias calles empedradas. Los
pocos transeúntes se quedaban hipnotizados mirando hacia el “Gran
Congolón”, asombrados de la alegría que se fugaba con aquella
música, con aquel fervor que se discurría desde aquella terraza por
la antiquísima Ciudad de los Confines.
Dromedario
se acercó, trató de no meterse en su zona visual, pero no hubo
remedio. Pasó frente a Ixshara lacónico y prudente. Tomó el
asiento contiguo y amablemente le dio una disculpa al mover una de
las sillas cercanas. Luego, con una sonrisa, llamó a la joven que
atendía y se quedó por un segundo instalado en los grandes y
tristones ojos de Norma Aracely, a quien ya conocía por eso de las
visitas eventuales al Café+Bar y por la curiosidad que a veces le
provocaba la seriedad de quien, seguro seguro, alguna magnífica
historia se guardaba para sí con el más receloso y excesivo
secreto. Pidió una cerveza y se quedó en silencio degustando un
lacónico trago mientras la voz de la chica que cantaba reiniciaba
una bossa nova: “As Vitrinas”, otra melodía de Buarque.
Para
Marco, Ixshara había salido de la víspera, de la oración, del
oráculo que una vez le había predicho que en un viaje encontraría,
en el desenlace de un plenilunio, una chica; una joven que, con copa
en mano, le mostraría todos los destinos, le contaría todas las
historias que el amor ha contado. Sería de noche y sería en el Gran
Congolón que una trovadora tendría sostenida en su voz una mano
señalando una calzada, una bossa nova. Estaría sentada como si
hubiese bajado despacio desde cielos lejanos, gravitaría como una
mariposa sobre las moderadas corrientes de las remembranzas, jugaría
como una cachorra a mover la copa, sus ojos de pantera proyectarían
la más afectuosa luz.
Marco
la observó por los rabillos. Discreto, encontró sus ojos,
indiferentes y penetrantes como si fueran las pasivas pupilas de una
felina. No había miedos, ni esperas; sólo un aplomo, un particular
estoicismo con el cual podía auscultar, sin inmutarse, la más
discreta de la conciencias. Un café claro felino le hacía recordar
las palabras que serían la llave que abriría el secreto de todos
los hechizos, la vara que se movería como una batuta, que dirigiría
en el futuro, el concierto del amor. Cuántos instrumentos se unirían
en su pecho, cuántos violines, cuántos trombones, cuantos pianos.
Ella era un espíritu libre al extremo. Era esa fluidez de Beethoven,
la claridad de Bach, el exceso y el absolutismo de Rajmáninov, el
arrojo de Vivaldi, brillante como un Kandinski, danzarín como un
Pollok, diverso como un Dalí, misteriosa como el universo mismo. Era
el caos en orden, un desorden cósmico ordenado por una matemática
más cierta que la ilógica de un diosa. Una diosa sentada con su
copa de vino, que hamacaba su pie, que mostraba, a pesar de su
impavidez, la sabiduría más lúcida que pudieran sumar, doce
millones de ingenios humanos.
El Café + Bar Gran Congolón, parecía tan etéreo, tan vintage, tan
Para no sentir la energía de Ixshara que lo curvaba todo, echó un vistazo en derredor. Pudo ver que Wendy conversaba con Amanda y Victoria. Hablaban sobre los amores venideros, sobre los amores que tocan a la puerta del pecho, porque los pasados, los amores pasados, esos se habían anquilosado en las tinieblas del recuerdo, se habían tentado a volverse olvido. Sara Mazier en algún momento había estado por ahí, pero ya no la veía. Quizá ya se había marchado. El Señor de Suntúl, Olayo Pinto, conversaba entre risas, a unas butacas de allí con la siempre dulce Delmy Suyapa, y los hermosos y serios rasgos de Erika, quien de vez en cuando dejaba escuchar su voz refinadamente grave, para luego sonreír con la elegancia de su 1.73 de estatura. Más al fondo, en una esquina, elegantes, hermosas y risueñas, como siempre, Zaida Margot y Celeste.
Esto fue un instante, un instante en donde todas las lunas llegaban puntuales a llenarse de la gracia de aquel Café+Bar.
Ixshara esperó la última canción con la cual la chica que cantaba culminaría su concierto. La diosa se despediría con una amplia sonrisa después de interpretar “Quédate” de Silvio Rodríguez. Posteriormente bajaría para descansar un poco del trajín de la noche y de los seres materializados que coreaban cada tema como una oración de la vida. Iría, ella, la Música a acomodarse en la habitación 205 del Real Camino Lenca, para dormitar entre los brazos del humano que había elegido para amarlo hasta que llegara como un bermejo ocaso el momento de transmigrar a otro sitio, a otro tiempo, pero jamás a otro amor.
―“Quédate, Quédate, para poder vivir sin llanto...” ¡Muchas Gracias
Ixshara
también tarareó hasta el último verso del estribillo, mientras la
copa se llenaba y se vaciaba, Marco, tomaba más confianza para
disfrutar la pasión que mostraba esa chica de actitud tan etérea y
tan humana.
Ixshara
también tarareó hasta el último verso del estribillo, mientras la
copa se llenaba y se vaciaba, Marco, tomaba más confianza para
disfrutar la pasión que mostraba esa chica de actitud tan etérea y
tan humana.
Las
despedidas de la cantante y los aplausos que no acababan, provocaron
en Marco la necesidad de escamotearse a la terraza, otear desde otro
aspecto lo que Ixshara veía a través de las ventanas. Ixshara, se
terminó su copa de vino, pidió otra y salió. Se instaló a un
metro de Marco con las pupilas de leona bañando la ciudad que fuera
del “Gran Congolón”, parecía soñar con personas extranjeras,
con personas penitentes que venían buscándose desde distantes
ciudades.
En
eso de las cavilaciones estaban, cada uno sin decirse palabra, más
que
los gestos que ambos entendían como una conversa de dos individuos
que saltean al destino y lo dejan sin reacciones ni sorpresas, cuando
se cortó de repente, el flujo de la energía eléctrica, y fue un
coro de desencantos el que ondeó desde el interior del bar, sin
embargo, diligente, Escalante, mandó a encender cirios en cada mesa
y por todo escondite, dándole al “Gran Congolón” un aspecto de
santuario, una atmosfera tan pacífica que invitó a todos a volver a
las pláticas, a las risas, y a las críticas contra al añilado
gobierno que no hacía más que mentir y mentirse.
Antares,
Shaula y Sargas, radiaban desde Scorpio en dirección a las pupilas
de Ixshara, quien en la lobreguez, se acomodaba el cabello y se
maravillaba de aquel cielo lleno a parte de Scorpio, Libra y las
Pleyades de tantas constelaciones, de tantas estrellas que tembló
con un poco de nostalgia. La luna se confundía con la luminosidad de
su piel. Marco la veía sin disimulo ni extrañez. La luna se ponía
más esplendente, era como si muchas lunas volviera su argenta luz
hacia ella. Treinta minutos después, ella sacó de su morral un
paquete de cigarros, tomó uno, lo encendió. Con una sonrisa estiró
su mano izquierda hasta Marco, convidándole un cigarrillo, sin
preguntar si fumaba o no. Marco dudó, se le cruzó por un segundo
negarse a aceptar, pero el arcoreflejo, fue menos comedido, así que
lo tomó, se lo llevó a la boca, ella activó el encendedor y la
llama abrasó al tabaco, un exhalo fue suficiente.
Ixshara se envolvió en una nube de humo, Marco igual, seguían callados, fue como sellar un pacto, como decir: ―¡Qué bueno!, ¡Oh Santo Gato de Atocha, al fin nos hemos encontrado!― Abajo, en la 205, un humano escuchaba un bolero que al oído le solfeaba una diosa, quien lo había seleccionado entre tanto humano bueno, para amarlo, no por esa noche, sino hasta cuando la historia fuese una anécdota contada por un hombre con tanta edad, que pareciera tan viejo como el planeta. Mientras adentro, en el “Bar+café”, las gentes gozaban el ensueño de la vida, el onirismo que tare el desprendimiento de la realidad, la ficción colada entre la apatía cotidiana y la nigromancia de las velas que evocaban las noches en la cuales, todas las lunas como los sueños, se materializaban en el misterioso, "Gran Congolón"
Ixshara se envolvió en una nube de humo, Marco igual, seguían callados, fue como sellar un pacto, como decir: ―¡Qué bueno!, ¡Oh Santo Gato de Atocha, al fin nos hemos encontrado!― Abajo, en la 205, un humano escuchaba un bolero que al oído le solfeaba una diosa, quien lo había seleccionado entre tanto humano bueno, para amarlo, no por esa noche, sino hasta cuando la historia fuese una anécdota contada por un hombre con tanta edad, que pareciera tan viejo como el planeta. Mientras adentro, en el “Bar+café”, las gentes gozaban el ensueño de la vida, el onirismo que tare el desprendimiento de la realidad, la ficción colada entre la apatía cotidiana y la nigromancia de las velas que evocaban las noches en la cuales, todas las lunas como los sueños, se materializaban en el misterioso, "Gran Congolón"
*Del
Libro “Cuentos Cotidianos” (2012-2014 Goblin Editores)
SIEMPRE TENDREMOS LOS ESTACIONAMIENTOS DE LOS BARES
y
los menos imaginados rincones del “Cerros de Plata”
Las
copas en las embajadas
las
celebraciones de aniversario
y
el Octavio Paz
esparciendo
con sus libros
la
perenne luz
la
inagotable materia, de su poesía.
Habrá
siempre un estacionamiento
para
que un vehículo cualquiera se aparque
y
adentro
los
vaporosos besos
empañen
los vidrios traseros.
Las
llamas del bosque
flameen
orales las pelvis.
Los
pechos se dividan
como
pasionarias invertidas a los besos.
Se
rocíen de lascivas ternuras
al
amparo de los lunes.
Tormentas
de metáforas
frutos
de la vida
manantiales
estelares de la Vía Láctea
cuerpos
en ardor.
Habrán
manos que acaricien las íntimas intimidades
mientras
cada vehículo en cualquier estacionamiento
resguarde
a transitorios amantes
amantes
que nos emulen
amantes
que recuerden el edén de las calles discretas
el
voluptuoso anonimato de los parking.
De
citadinos lobos
que
hasta reventarse el corazón
aúllen
a la oveja hecha luna.
De
los gatos que se besan
hasta
encandecer los estacionamientos
con
el excitante miedo de los subrepticios
la
liviana materia de los sueños
el
orgasmo del amor.
(De
“Sombra de Ixshara y poemas” 2013- 2014 G. E.)
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