Pintura Vladimir Kush
Cuentos boticarios 2012 para contar en voz alta. La mujer del muelle.
La
sirena del barco sonó silenciosa y alejada. Los amantes se
despidieron en el muelle. La promesa de un regreso rápido se dibujó
en las palabras de Manuel. Ella, entre lágrimas y
sonrisas, agitaba su pañuelo y secaba su cara. La soledad empezó a
entrar en su cuerpo sin preguntar si podía hacerlo. Su vestido lila
con pespuntes se deslizaba largo y sutil por su cuerpo delgado.
El
mar se adueñó de su enamorado, del barco y de los otros viajeros
también.
Lucía
conservaba entre sus manos una carta, donde se leía “Espérame
dulce Lucía, pronto regresaré”. Nunca dejó de esperarlo. Todos
los domingos cuando arribaba un barco, ella iba al muelle con su
vestido lila y la carta apretada en sus manos.
Todos
los domingos…
No
miraba a nadie, esquivaba todas las caras que se enfrentaban con la
suya. Como Penélope, esperaba y esperaba. En lugar de un andén acá,
el testigo, era un muelle.
El
muelle de “La loca Lucía”. Así lo llamaban en el pueblo. Los
chicos se acercaban a ella y se burlaban, imitaban sus gestos. Los
años iban pasando. Manuel no bajó de ningún barco. El vestido se
fue arrugando como su piel, la carta fue perdiendo las letras.
A
pesar de todo… ella seguía esperando.
Y
todos los domingos, se sentaba en el muelle para ver la llegada del
barco de turno, observaba a cada persona, pero él no estaba.
Siempre
con su vestido lila, para que cuando Manuel se bajara la viera
enseguida y corriera a abrazarla.
El
tiempo pasó rápido, ella decidió quedarse en el muelle para
siempre, para qué ir a su casa y regresar otra vez. Ahí se sentía
cerca del mar, del barco, de él.
Un
grupo de personas intentó encerrarla en un psiquiátrico, no
pudieron arrancarla del sitio, sus pies habían echado raíces en el
muelle de “La loca Lucía”.
Los
niños de las burlas llegaron a ser hombres, algunos también
decidieron embarcarse y huir hacia otro lado.
Ella
murió un día de invierno en el muelle, bajo una incesante llovizna.
Su vestido lila estaba desteñido, de la carta sólo quedaba un
pedazo quebrado y seco.
La
sepultaron en el cementerio del lugar. Manuel no regresó, como
tampoco lo hicieron los niños convertidos en hombres.
Contaban
en el pueblo que cada enamorada abandonada, iba a llorar su
desgracia, al muelle de “La loca Lucía”.
Ellos,
no regresaban.
Ellas,
permanecían inmóviles en el lugar, hasta que la piel hecha arrugas,
decidía abandonarlas también…
NOVIEMBRE
2011
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