sábado, 31 de enero de 2015

Graciela “boticaria” Amalfi.(Argentina)

                                Pintura Vladimir Kush


Cuentos boticarios  2012 para contar en voz alta. La mujer del muelle.



    La sirena del barco sonó silenciosa y alejada. Los amantes se despidieron en el muelle. La promesa de un regreso rápido se dibujó en las palabras de Manuel. Ella,  entre lágrimas y sonrisas, agitaba su pañuelo y secaba su cara. La soledad empezó a entrar en su cuerpo sin preguntar si podía hacerlo. Su vestido lila con pespuntes se deslizaba largo y sutil por su cuerpo delgado.

   El mar se adueñó de su enamorado, del barco y de los otros viajeros también.

   Lucía conservaba entre sus manos una carta, donde se leía “Espérame dulce Lucía, pronto regresaré”. Nunca dejó de esperarlo. Todos los domingos cuando arribaba un barco, ella iba al muelle con su vestido lila y la carta apretada en sus manos.

   Todos los domingos…

    No miraba a nadie, esquivaba todas las caras que se enfrentaban con la suya. Como Penélope, esperaba y esperaba. En lugar de un andén acá, el testigo, era un muelle.

    El muelle de “La loca Lucía”. Así lo llamaban en el pueblo. Los chicos se acercaban a ella y se burlaban, imitaban sus gestos. Los años iban pasando. Manuel no bajó de ningún barco. El vestido se fue arrugando como su piel, la carta fue perdiendo las letras.

 A pesar de todo… ella seguía esperando.

Y todos los domingos, se sentaba en el muelle para ver la llegada del barco de turno, observaba a cada persona, pero él no estaba.

  Siempre con su vestido lila, para que cuando Manuel se bajara la viera enseguida y corriera a abrazarla.

 El tiempo pasó rápido, ella decidió quedarse en el muelle para siempre, para qué ir a su casa y regresar otra vez. Ahí se sentía cerca del mar, del barco, de él.

  Un grupo de personas intentó encerrarla en un psiquiátrico, no pudieron arrancarla del sitio, sus pies habían echado raíces en el muelle de “La loca Lucía”.

  Los niños de las burlas llegaron a ser hombres, algunos también decidieron embarcarse y huir hacia otro lado.

  Ella murió un día de invierno en el muelle, bajo una incesante llovizna. Su vestido lila estaba desteñido, de la carta sólo quedaba un pedazo quebrado y seco.

  La sepultaron en el cementerio del lugar. Manuel no regresó, como tampoco lo hicieron los niños convertidos en hombres.

  Contaban en el pueblo que cada enamorada abandonada, iba a llorar su desgracia, al muelle de “La loca Lucía”.

    Ellos, no regresaban.

    Ellas, permanecían inmóviles en el lugar, hasta que la piel hecha arrugas, decidía abandonarlas también…

                                                                                                                NOVIEMBRE 2011

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