viernes, 2 de enero de 2015

Mario Capasso (Argentina)




La Ciudad
después del humo
[...]
Porque las personas aquí presentes han emigrado
contra su deseo y se merecen un análisis político
y social y también esa parafernalia de conceptos
con la que siempre arremetemos y que nunca se termina
de entender.
Eso dije entre dientes y caries y algunos espacios
vacíos, supongo que a modo de justificativo, antes de
encarar una subidita por el mismo precio.
Arranqué despacio, como si me aguardara un chiquero
o el pago de una deuda.
Di unos cuantos pasos para adelante, tratando
de no pisar a nadie, con alguna que otra excepción no
tenida en cuenta.
Cuando ya desesperaba, me pesqué en infracción
y, como discurría sin caña ni red, me limité a imaginar
una carnada y a tirar líneas porque sí nomás.
Ya en la cumbre de la subidita, ensarté un paréntesis
sin grandes ilusiones, y ahí arriba me topé con un
montículo imprevisto, compuesto de tierra y piedritas
de origen y materiales diversos, que el viento y su designio
impalpable habían creado poco a poco, según
aposté con una bocamanga más baja que la compañera.
Tal fue mi conclusión favorita, aunque no cabía
descartar por completo la participación no sé si desinteresada
de la violencia de género, según creo haber
pensado con la ropa bien puesta y con una naturalidad
que desconozco de dónde saqué.
[...]
[...]
La atmósfera preexistente se convulsionó.
Unos cuantos relámpagos, quizá frutos del rayo que no cesa,
más que estallar en la bóveda antes celeste e iluminar el cosmos y
toda su parafernalia, aparentaron discutir entre ellos.
Una gran trifulca universal.
La pelea del siglo.
Las muletillas y los insultos de la naturaleza sonaban cada
vez con mayor fuerza y yo quería acusar recibo pero carecía de
talonario.
Pero no de labia.
Por razones de estricto orden cósmico, yendo de un santiamén
a otro aún más repentino, sin ninguna preocupación por
las canciones de cuna, el cariño materno y la lactancia de los
querubines, de una brevedad a otra va a largarse a llover sin
chupetes, van a caer biberones de punta –sentencié sin cortes, no
sé si ya con dicción de trueno o con la esperanza de obtenerla a la
primera o segunda gota, bañado por la fascinación que esta perspectiva
ofrecía, imaginándome enjabonado hasta las pestañas y
algo más.
De súbito, en señal de desprecio hacia las dos o tres probables
presiones que lo conminaban a apaciguarse antes de que
fuese demasiado encapotado, el entorno en su totalidad comenzó
a palpitar, a asemejarse al corazón de las tinieblas, una imagen
que al toque vislumbré como una promesa en la figura de un gran
barco en plena navegación hacia la nada.
Calculo que ahí, durante esa campaña en la que el firmamento
se puso a chirriar de lo lindo, empezó a desequilibrarnos la
zozobra.
Uy, uy, perro, perro, dale, dale que se arma el tole-tole y
no me gusta repetir las palabras.
[...]
[...]
Con las tribulaciones correspondientes, ahí parados tipo mármol
frente a los sucesos, continuábamos los dos, uno al lado del
otro y viceversa. Yo con mis fantasmas y el pichicho supongo que
con sus piojos y sus pulgas y algún que otro recuerdo de épocas
mejores. Ambos pegaditos a la perspectiva de una iluminación
que se nos prendiera del cuadril y que viniera a sacarnos de la
parrilla en la que estábamos.
Para decirlo con franqueza, no sabíamos qué hacer y eso
hacíamos.
Mirábamos.
El gentío fue aquietándose.
Una quietud rara, hasta que.
Pichicho, presiento que algo, sin hacer ningún ruidito, agazapado
como una adversidad que ahora retorna a las andanzas,
se ha puesto a funcionar mal, muy mal y sin socorro a la vista –dije
a modo de indagación de la realidad o de frase célebre destinada
al olvido.
El declive, que hasta ese momento se había mantenido derechito,
comenzó a inclinarse.
Y no bastó con eso.
Una vibración de la atmósfera se hizo presente y comenzó a
desparramarse y a cobrar sentido en una cuota sola y en una sola
dirección.
La peor de todas.
Ahora sí que la terminamos de embarrar. Más claro ya se
notaría aguachento. Porque parece que se destapó la debacle.
Me di cuenta del colosal movimiento puesto en marcha y
eso quise expresar a través de un par de gemidos.
El éxodo se había implantado en tierra fértil y conseguido
fuerzas en las barracas y en los monoblocks y contaba ahora con
sus adeptos, que por lo que se apreciaba sin mucho esfuerzo vendrían
a ser, en principio, sin necesidad de enumerarlos, casi todos
los habitantes de La Ciudad.


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